julio 29, 2013

San Félix II, Antipapa


San Félix II, Antipapa

Febrero 20 - 29 - Julio 29

Félix II (* Roma, ¿? - † Porto, 22 de noviembre de 365), antipapa de la Iglesia Católica entre 355 y 365, aunque durante la Edad Media figuró entre los papas considerados legítimos.

Arcediano de la iglesia de Roma, al decretar el emperador Constancio II el destierro del papa Liberio en 355 por negarse este a condenar a Atanasio, fue consagrado pontífice por tres obispos arrianos y aunque fue reconocida por el clero romano, no consiguió el apoyo del pueblo que siguió fiel al papa desterrado.

En 357, el desterrado Liberio condena las ideas de Atanasio en el denominado Formulario de Sirmio logrando con ello que el emperador Constancio II le permita regresar a Roma con la intención de que la Iglesia estuviese gobernada tanto por Liberio como por Félix.

No obstante tras el retorno de Liberio, en 358, el pueblo romano rechazo la bicefalia de la Iglesia y se decantó por Liberio obligando a Félix a abandonar Roma y refugiarse en Porto donde fallecería. Aunque no consta que sufriera martirio alguno, el martirologio romano lo incluye como tal fijando su fiesta el 20 de julio.
=
Fuente: es.wikipedia.org
San Félix II


Papa (más apropiadamente antipapa), 355-358; murió el 22 de noviembre de 365 . En el año 355 el Papa Liberio fue desterrado a Berea en Tracia por el emperador Constancio porque defendía tenazmente la definición de fe nicena y rehusaba condenar a San Atanasio de Alejandría.

El clero romano se comprometió en cónclave solemne a no reconocer a ningún otro obispo de Roma mientras Liberio estuviera vivo ("Marcellini et Fausti Libellus precum", no.1: "Quae gesta sunt inter Liberium et Felicem episcopos" en "Collectio Avellana", ed. Gunter; Hieronymus, "Chronicon", ad an. Abr. 2365). Sin embargo el emperador, que estaba suplantando a los obispos católicos exiliados con obispos de tendencias arrianas, se esforzaba en instalar un nuevo obispo de Roma en lugar del desterrado Liberio. Invitó a Félix, archidiácono de la Iglesia romana, a Milán y cuando llegó, Acacio de Cesarea logró convencerle de que aceptara el oficio del que Liberio había sido expulsado a la fuerza, y a ser consagrado por Acacio y otros dos obispos arrianos.

La mayoría del clero romano admitió la validez de su consagración, pero los laicos no querían saber nada de él y permanecieron fieles al desterrado pero legítimo Papa.

Cuando Constancio visitó Roma en mayo de 357, el pueblo exigió la vuelta de su legítimo obispo Liberio, quien, de hecho, volvió inmediatamente después de firmar la tercera fórmula de Sirmium. Los obispos, reunidos en esa ciudad de la Baja Panonia escribieron a Félix y al clero romano aconsejándoles que recibieran a Liberio con toda caridad, que dejaran de lado sus disensiones; se añadía que Liberio y Félix debían gobernar juntos la Iglesia de Roma.

La gente recibió a su legítimo papa con gran entusiasmo, pero se levantó una gran conmoción contra Félix, que fue finalmente expulsado de la ciudad. Poco después intentó con la ayuda de sus seguidores ocupar la Basílica Julii (Santa María del Trastevere), pero fue finalmente desterrado a perpetuidad por un voto unánime del senado y del pueblo. Se retiró a la cercana Porto donde vivió tranquilamente hasta su muerte. Liberio les permitió a los miembros del clero romano, incluyendo a los seguidores de Félix, mantener sus puestos.

Más tarde la leyenda confunde las relativas posiciones de Félix y Liberio. En los apócrifos "Acta Felicis" y "Acta Liberii", así como en el "Liber Pontificalis", Félix es retratado como un santo y confesor de la verdadera fe. Esta distorsión de los verdaderos hechos se originó muy probablemente por la confusión de éste Félix con otro Félix, mártir romano de una fecha anterior.

Según el "Liber Pontificalis", que puede estar registrando aquí una tradición confiable, Félix construyo una iglesia en la vía Aurelia. Es bien sabido que en esta vía estaba enterrado un mártir romano, Félix; de ahí parece probable que surgiera la confusión (Ver Papa San Félix I) en la cual se perdió la verdadera historia del antipapa y él obtuvo en la historia local romana la condición de santo y confesor.
Y así aparece en el Martirologio Romano en el 29 de julio.
=
Fuente: Kirsch, Johann Peter. "Felix II." The Catholic Encyclopedia. Vol. 6. New York: Robert Appleton Company, 1909. <http://www.newadvent.org/cathen/06030a.htm>.
Traducido por Pedro Royo. Revisado y corregido por Luz María Hernández Medina.
Tomado de: ec.aciprensa.com
Antipapa Félix II. La imagen corresponde a la lista de papas de la Basílica de San Pablo Extramuros, en el tiempo en que se consideraba un Papa legítimo

LA HISTORIA de este personaje es oscura, incierta y sorprendente. El año 355, el emperador Constancio llevó preso a Milán al Papa Liberio y después le desterró a Tracia por haber sostenido las definiciones del Concilio de Nicea v por haberse negado a condenar a San Atanasio. "¿Quién sois vos", dijo el emperador al Pontífice, "para defender a Atanasio contra el mundo entero?" Un diácono de Roma, llamado Félix, aprovechó la ocasión para hacerse consagrar Papa por tres obispos arrianos; pero sólo una parte del clero de la ciudad lo aceptó como Pontífice; en cuanto a los laicos, ninguno de los miembros de la nobleza le reconoció, fuera de los miembros de la corte imperial.

Los habitantes de Roma rogaron insistentemente a Constancio, cuando este visitó la ciudad, que restituyese al Papa Liberio. El año 357, el verdadero Papa volvió a Roma, donde fue recibido con gran entusiasmo por el pueblo. Felix huyó, tras de haber intentado en vano ofrecer resistencia. El senado le prohibio que volviese a Roma. Murió cerca de Porto, el 22 de noviembre de 365.

Como se ve, es difícil comprender por qué se honra a Félix como Papa, santo y mártir. Sin embargo, así sucede en ciertos documentos espurios de principios del siglo VI, las "Gesta Felicis" y las "Gesta Liberii". El error se extiende hasta el mismo Martirologio Romano, en el que se lee el día de hoy: "En Roma, en la Vía Aurelia, la conmemoración del entierro de San Félix II, Papa y mártir, quien fue arrojado de la sede pontificia por el emperador arriano Constancio por haber defendido la fe católica. Murió gloriosamente, asesinado en secreto por la espada, en Cera de Toscana. Su cuerpo fue trasladado por el clero de la ciudad y sepultado en la misma Vía.

Más tarde, fue trasladado a la iglesia de los Santos Cosme y Damián; ahí fue descubierto, bajo el altar de Gregorio XIII, junto con las reliquias de los santos mártires Marcos, Marceliano y Tranquilino. Las reliquias de los cuatro santos fueron de nuevo sepultadas ahí mismo el 31 de julio". Es evidente que se trata de una confusión con el Papa Liberio, a no ser que alguien haya intercambiado deliberadamente los papeles que ambos personajes desempeñaron en la historia.

El Líber Pontificalis refiere que el archidiácono Félix construyó una iglesia en la Vía Aurelia, donde se hallaba la tumba del mártir San Félix; seguramente que ese hecho constituyó una nueva fuente de errores.

A partir de 1947, el "Anuario Pontificio" incluyó a "Félix II" en la lista de los antipapas.
=
Alban Butler - Vida de los Santos
Tomado de: ddcob.org


Beato Urbano II, Papa

Beato Urbano II, Papa 
Julio 29

159 -Beato Urbano II: Francia; Marzo 12, 1088-Julio 29, 1099. Nació en Francia. Elegido el 12.III.1088, murió el 29.VII.1099. Las luchas por la supremacía del Papa o del emperador, le obligaron a exiliar. Enrique V, logró hacerse coronar con el derecho de investidura. Se construyó la iglesia de S. María del pueblo, donde los romanos veían el fantasma de Nerón
El Beato Urbano II (1040-1099) es, indudablemente, uno de los papas más insignes de la Edad Media, cuyo mérito principal consiste, aparte de la santidad de su vida, en haber hecho progresar notablemente y llevado adelante la reforma eclesiástica, ampliamente emprendida por San Gregorio VII (1073-1085). El resultado brillante de sus esfuerzos aparece bien de manifiesto en los grandes sínodos de Piacenza y de Clermont, de 1095, y en la primera Cruzada, iniciada en este último concilio (1095-1099).

Nacido de una familia noble en la diócesis de Soissons, en 1040, llamábase Eudes u Otón; tuvo por maestro en Reims al fundador de los cartujos, San Bruno: fue allí mismo canónigo, y el año 1073 entró en el monasterio de Cluny, donde se apropió plenamente el espíritu de la reforma cluniacense, entonces en su apogeo. De esta manera se modeló su carácter suave y humilde, pero al mismo tiempo entusiasta y emprendedor. Por esto llegó fácilmente a la convicción de que el espíritu de la reforma cluniacense, que iba penetrando en todos los sectores de la Iglesia, era el destinado por Dios para realizar la transformación a que aspiraban los hombres de más elevado criterio eclesiástico. Por esto, ya desde el principio de la gran campaña reformadora emprendida por Gregorio VII, Otón fue uno de sus más decididos partidarios.

Estaba entonces al frente de la abadía de Cluny el gran reformador San Hugón, a cuya propuesta Gregorio VII elevó en 1078 al monje Otón al obispado de Ostia. Bien pronto pudo éste dar claras pruebas de sus extraordinarias cualidades de gobierno, pues, enviado por el Papa como legado a Alemania, supo allí defender victoriosamente los derechos de la Iglesia frente a las arbitrariedades del emperador Enrique IV. Al volver de esta legación acababa de morir Gregorio VII.

La situación de la Iglesia era en extremo delicada. Al desaparecer el gran Papa, personificación de la reforma eclesiástica, dejaba tras sí un ejército de hombres eminentes, discípulos o admiradores de sus ideas. Frente a ellos estaban sus adversarios, entre los cuales se hallaban el violento Enrique IV y el antipapa puesto por él, Clemente III. En estas circunstancias fue elegido el Papa Víctor III (1086-1087), antiguo abad de Montecasino, gran amigo de las letras, pero indeciso, reconciliador y poco partidario de las medidas violentas. Pero muerto inesperadamente al año de su pontificado, fue elegido entonces nuestro Otón de Ostia, quien tomó el nombre de Urbano II.

Era, indudablemente, el hombre más a propósito, el hombre providencial en aquellas circunstancias. Dotado de las más eximias virtudes cristianas, era un amante y entusiasta decidido de la reforma eclesiástica, de que ya había dado muestras suficientes. Precisamente por esto su elección fue considerada por todos como el mayor triunfo de las ideas gregorianas, y rápidamente recobraron todo su influjo los elementos partidarios de la reforma eclesiástica. Así lo entendieron también Enrique IV, el antipapa Clemente III y todos los adversarios de la reforma, los cuales se aprestaron a la lucha más encarnizada.

Ya desde el principio quiso el nuevo Papa dar muestras inequívocas de su verdadera posición. En diferentes cartas, dirigidas a los obispos alemanes y franceses, escritas en los primeros meses de su pontificado, expresó claramente su decisión de renovar en todos los frentes la campaña de reforma gregoriana. Así lo manifestó en el concilio Romano de la cuaresma de 1089, y, sobre todo, así lo proclamó en el concilio de Melfi, de septiembre del mismo año, en el que se renovaron las disposiciones contra la simonía, contra el concubinato y contra la investidura laica, y que constituye el programa que Urbano II se proponía realizar en su gobierno.

Mas, por otra parte, con su carácter más flexible y diplomático con su espíritu de longanimidad y mansedumbre, siguió un camino diverso del que se había seguido anteriormente, y con él obtuvo mejores resultados. Inflexible en los principios y genuino representante de la reforma gregoriana, sabía acomodarse a las circunstancias, procurando sacar de ellas el mayor partido posible. Símbolo de su modo de proceder son Felipe I de Francia, vicioso y afeminado, pero hombre en el fondo de buena voluntad, y Enrique IV de Alemania, bien conocido por sus veleidades y mala fe. Del primero procuró sacar lo que pudo con concesiones y paternales amonestaciones. Con el segundo ni siquiera lo intentó, manteniendo frente a él los principios de reforma y alentando siempre a los partidarios de la misma.

Con clara visión sobre la necesidad de intensificar el ambiente general de reforma fomentó e impulsó los trabajos de los apologistas. Movidos por este impulso pontificio, muchos y acreditados escritores lanzaron al público importantes obras, que contribuyeron eficazmente a que ganaran terreno y se afianzaran las ideas de reforma. Así Gebhardo de Salzburgo compuso una carta, dirigida a Hermann de Metz, típico representante de la oposición a la reforma, en la que defiende con valiente argumentación la justicia del Papa. Bernardo de Constanza dirigió a Enrique IV un tratado, en el que establece como base la expresión de San Mateo (18, 17): "El que rehusa escuchar a la Iglesia sea para ti como un pagano y un publicano"; y poco después publicó una verdadera apologética de la reforma. Otro escritor insigne, Anselmo de Lucca, redactó una obra contra Guiberto, es decir, el antipapa Clemente III. Indudablemente este movimiento literario, impulsado por Urbano II, fue un arma poderosa y eficaz para la realización de la reforma.

Así, pues, mientras con prudentes concesiones y convenios ventajosos para la Iglesia Urbano II logró robustecer su influjo en Francia, España, Inglaterra y otros territorios, en Alemania siguió la lucha abierta y decidida con Enrique IV. En Francia mantuvo con energía la santidad del matrimonio cristiano frente al divorcio realizado por el rey al separarse de la reina Berta, llegando en 1094 a excomulgarlo; mas, por otra parte, en la cuestión de la investidura laica, por la que los príncipes defendían su derecho de nombramiento de los obispos, llegó a un acuerdo, que fue luego la base de la solución final y definitiva: el rey renunciaba a la investidura con anillo y báculo, dejando a los eclesiásticos la elección canónica; pero se reservaba la aprobación de la elección, que iba acompañada de la investidura de las insignias temporales. También en Inglaterra tuvo que mantenerse enérgico Urbano II frente al rey Guillermo, quien, a la muerte de Lanfranco, no quería reconocer ni a Urbano II ni al antipapa Clemente III; pero al fin se llegó a una especie de reconciliación.

El resultado fue un robustecimiento extraordinario del prestigio pontificio y de la reforma eclesiástica por él defendida. El espíritu religioso aumentaba en todas partes. Los cluniacenses se hallaban en el apogeo de su influjo y por su medio la reforma penetraba en todos los medios sociales. El estado eclesiástico iba ganando extraordinariamente, por lo cual se formaban en muchas ciudades grupos de canónigos regulares, de los cuales el mejor exponente fueron los premonstratenses, fundados poco después.

Es cierto que, durante casi todo su pontificado, Urbano II se vio obligado a vivir fuera de Roma, pues Enrique IV mantenía allí al antipapa Clemente III. Pero, esto no obstante, desplegó una actividad extraordinaria y fue constantemente ganando terreno. En una serie de sínodos, celebrados en el sur de Italia, renovó las prescripciones reformadoras, proclamadas al principio de su gobierno. Pero donde apareció más claramente el éxito y la significación del pontificado de Urbano II fue en los dos grandes concilios de Piacenza y de Clermont, celebrados en 1095.

En el gran concilio de Piacenza, celebrado en el mes de marzo ante más de cuatro mil clérigos y treinta mil laicos reunidos, proclamó de nuevo los principios fundamentales de reforma. Pero en este concilio presentáronse los embajadores del emperador bizantino, en demanda de socorro frente a la opresión de los cristianos en Oriente. Así, pues, Urbano II trató de mover al mundo occidental a enviar al Oriente el auxilio necesario para defender los Santos Lugares. Fue el principio de las Cruzadas; mas, como se trataba de un asunto de tanta trascendencia, se determinó dar la respuesta definitiva en otro concilio, que se celebraría en Clermont.

Efectivamente, dedicáronse inmediatamente gran número de predicadores del temple de Pedro de Amiéns, llamado también Pedro el Ermitaño, a predicar la Cruzada en todo el centro de Europa. Urbano II, con su elocuencia extraordinaria y el fervor que le comunicaba su espíritu ardiente y entusiasta, contribuyó eficazmente a mover a gran número de príncipes y caballeros de la más elevada nobleza. El resultado fue el gran concilio de Clermont, de noviembre de 1095, en el que, en presencia de catorce arzobispos, doscientos cincuenta obispos, cuatrocientos abades y un número extraordinario de eclesiásticos, de príncipes y caballeros cristianos, se proclamaron de nuevo los principios de reforma y la Tregua de Dios. Después de esto, a las ardientes palabras que dirigió Urbano II, en las que describió con los más vivos colores la necesidad de prestar auxilio a los cristianos de Oriente y rescatar los Santos Lugares, respondieron todos con el grito de Dios Lo quiere, que fue en adelante el santo y seña de los cruzados. De este modo se organizó inmediatamente la primera Cruzada, cuyo principal impulsor fue, indudablemente, el papa Urbano II.

Después de tan gloriosos acontecimientos, mientras Godofredo de Bouillón, Balduino y los demás héroes de la primera Cruzada realizaban tan gloriosa empresa, Urbano II continuaba su intensa actividad reformadora. En las Navidades de 1096 pudo, finalmente, entrar en Roma, donde celebró una gran asamblea o sínodo en Letrán. En enero de 1097 celebró otro importante concilio en Roma; otro de gran trascendencia en Bari, en octubre de 1088; pero el de más significación de estos últimos años fue el de la Pascua, celebrado en Roma en 1099, donde, en presencia de ciento cincuenta obispos, proclamó de nuevo los principios de reforma y la prohibición de la investidura laica.

Poco después, en julio del mismo año 1099, moría el santo papa Urbano II, sin conocer todavía la noticia del gran triunfo final de la primera Cruzada, con la toma de Jerusalén, ocurrida quince días antes.

En realidad, el Beato Urbano II fue digno sucesor en la Sede Pontificia de San Gregorio VII y digno representante de los intereses de la Iglesia en la campaña iniciada de la más completa renovación eclesiástica. En ella tuvo más éxito que su predecesor, logrando transformar en franco triunfo y en resultados positivos la labor iniciada por sus predecesores. Esta impresión de avance y de triunfo aparece plenamente confirmada y enaltecida con el principio de una de las más sublimes epopeyas de la Iglesia y de la Edad Media cristiana, que son las Cruzadas, y con el éxito final de la primera, que es la conquista de Tierra Santa y la formación del reino de Jerusalén con que termina este glorioso pontificado. Por eso la memoria de Urbano II va inseparablemente unida a la primera Cruzada, la única plenamente victoriosa.
=
BERNARDINO LLORCA, S. I.

julio 28, 2013

San Víctor I, Papa y Mártir

San Víctor I, Papa y Mártir
Julio 28

14 -San Víctor I: Africa; 189-199.
Nació en Africa. Mártir. Elegido papa en 189, murió en 199. Estableció que para el autismo en caso de urgencia se pudiese usar cualquier agua. Fue memorable su lucha contra los Obispos del Asia y Africa, para que la Pascua se celebrase según el rito romano y no con el hebraico.

San Victor I (189-199) Era africano. Su pontificado coincidió con un período tranquilo y favorable para el Cristianismo, gracias a la influencia ya la protección de dos mujeres: Marcia y Julia Domna, respectivas esposas de Cómodo y de Septimio Severo. De esta forma pudo dirigir su labor a la solución de algunos problemas importantes.

Para oponerse al gnosticismo ya otras formas herejes que iban asentándose, convocó un concilio en el año 198. El concilio fue una buena ocasión para dirimir y resolver cuestiones de carácter religioso y disciplinario.






Víctor era proclive a no aconsejar, sino a imponer a las otras Iglesias el juicio de Roma, produciendo a veces el resentimiento de algunos obispos que no tenían tendencia a aceptar tales imposiciones. Fue el caso de Policrates, obispo de Éfeso, que se ofendió por esta ingerencia. El tema era de nuevo la Pascua. Víctor reiteró las decisiones de Sotero y Eleuterio, tanto por lo que concernía la fecha, que tenía que ser un domingo, como la presencia de algunas costumbres procedentes del judaísmo, y aún perpetuadas en algunas comunidades cristianas. Por ejemplo comer el cordero pascua.

Para suprimir estas costumbres, y para unificar los ritos en todas las Iglesias, Víctor encomendó a Policrates que convocara la reunión de un concilio. La conclusión conciliar fue que se declaró lícito para todos respetar sus propios ritos y costumbres. Policrate se justificó ante el Papa con una carta, en la que entre otras cosas afirmaba: "...hay que obedecer más a Dios que a los hombres". Con el tiempo todas las Iglesias se uniformaron.
=

San Inocencio I, Papa

San Inocencio I, Papa
Marzo 12 - Julio 28

40 -San Inocencio I: Roma; Diciembre 22, 401- Marzo 12, 417.
Nació en Albano. Elegido el 22.XII.401, murió el 12.III.417. Durante su pontificado vio el saqueo de Roma por los godos de Alarico. Estableció la observancia de los ritos romanos en Occidente, el catálogo de los libros canónicos y reglas monásticas. Obtiene de Honorio la prohibición de las luchas en el circo entre gladiadores.
Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Ponciano, junto al “Oso peludo”, sepultura de san Inocencio I, papa, que defendió a san Juan Crisóstomo, consoló a san Jerónimo y aprobó a san Agustín. 417.

Nació en la segunda mitad del siglo IV y parece ser que en Albano, aunque documentalmente no pueda demostrarse con certeza. Fue elegido papa en el año 401, como sucesor de Anastasio I.

Consiguió que se reconociese su autoridad papal en Iliria, región montañosa situada en la región nororiental del Adriático que hoy corresponde a Bosnia y Dalmacia.

Expulsó de la Ciudad Eterna a los perseguidores y detractores de san Juan Crisóstomo, a pesar de la oposición del emperador Arcadio (407). Pero no pudo, a pesar de sus esfuerzos y negociaciones, evitar el saqueo de Roma por Alarico el 24 de agosto del año 410.

A petición de san Agustín, condenó la herejía pelagiana (417).

Con respecto al gobierno que debió ejercer en Hispania, hay que mencionar la carta dirigida a Exuperio, obispo de Tolosa, dándole normas para la reconciliación y admisión a la comunión a los que una vez bautizados se entregaran de modo pertinaz a los placeres de la carne. De alguna manera, modera la disciplina, en vigor hasta entonces, contemplada en los concilios de Elvira y de Arlés y propiciada por las iglesias africanas; eran normas un tanto rigoristas extremadamente extrañas para nuestra época, que negaban la admisión a la comunión de este tipo de pecadores incluso en el momento de la muerte, aunque se les concediera fácilmente la posibilidad de la penitencia. Reconoce en su escrito que hasta ese momento ´la ley era más duraª, pero que no quiere adoptar la misma aspereza y dureza que el hereje Novaciano. De todos modos no presume de innovaciones, ni se presenta como detentor de un liberalismo laxo; justifica plenamente las normas anteriores, afirmando que esa praxis era la conveniente en aquel tiempo.

En el 416, cuando quiere recordar a los obispos españoles la autoridad indiscutida del obispo de Roma y la obediencia que le deben desde España, escribe una carta en la que afirma que en toda Italia, Francia, Hispania, África y Sicilia sólo se han instituido iglesias por Pedro o por sus discípulos. Esta carta es empleada como argumento documental muy importante por quienes desautorizan la antiquísima tradición que sostiene la predicación del Apóstol Santiago en España y la conjetura fundada de la visita del apóstol Pablo a este extremo del Imperio.

Interviene también por los años 404-405 para restaurar la paz entre los obispos de Hispania, después de las resoluciones cristológicas antipriscilianistas del concilio de Toledo del año 400; recomienda el reconocimiento de la autoridad y gobierno episcopal de los que fueron ordenados por partidarios de Prisciliano pero que continúan profesando la fe verdadera al aceptar la consubstancialidad del Hijo con el Padre y la unicidad de Persona en Cristo.


Ocupó la Sede de Pedro hasta su muerte el 12 de marzo de 417.

En muchos lugares se lo sigue recordando el 28 de julio, aunque en el nuevo Martirologio Romano su fiesta es el 12 de marzo

 =
Fuente: oremosjuntos.com

julio 27, 2013

San Celestino I, Papa

San Celestino I, Papa  
Abril 6 - Julio 27

43 -San Celestino I: Campania; Septiembre 10, 422- Julio 27, 432.
Nació en Roma. Elegido el 10.IX.422, murió el 27.VII.432. Proclamó el 3º Concilio Ecuménico en el que fueron condenados los secuaces de Nestorio. Patriarca de Constantinopla. Mandó a S. Patricio en Irlanda. Por primera vez se cita el "bastone pastorale".
Martirologio Romano: En Roma, en el cementerio de Priscila, en la vía Salaria, san Celestino I, papa, que se preocupó de que la Iglesia se mantuviese en la verdadera fe y ampliase sus límites, instituyó el episcopado en Gran Bretaña e Irlanda y promovió la celebración del Concilio de Éfeso, en el que se condenó a Nestorio y se saludó a María como Madre de Dios (432).




Papa del 10 de septiembre de 422 al 27 de julio de 432

Nada se conoce de su historia antigua, excepto que fue un romano y que el nombre de su padre fue Priscus. Se dice que vivió durante un tiempo en Milán con San Ambrosio. La primera noticia, sin embargo, que está consignada en un documento de San Inocencio I, en el año 416, indica que Celestino habría sido un diácono.


En 418, San Agustín le escribió de una manera reverencial. El sucedió a San Bonifacio I, como papa, el 10 de septiembre de 422 (de conformidad con Tillemont, aunque los bollandistas indican como fecha el 3 de noviembre). Murió el 26 de julio de 432, habiendo cumplido en el pontificado nueve años, diez meses y dieciséis días. A pesar de los tiempos tumultuosos de Roma, fue electo sin ninguna oposición, tal y como se dice en una carta de San Agustín (Epist., cclxi).

La misma fue escrita al pontífice muy poco después de haber sido nombrado como tal. En ella, el gran doctor le pide su asistencia en arreglar las dificultades con Antonio, Obispo de Fessula en Africa.

San Celestino I, sucesor de Bonifacio I, era un hombre de mucha energía y al mismo tiempo de conmovedora liberalidad. Mientras se preocupaba por la restauración de Roma, no perdía de vista los intereses espirituales de toda la cristiandad. Defendía el derecho del Papa y de recibir apelaciones por parte de cualquier file, laico o clérigo, y respondía con solicitud.

Al Papa se le pedía sobre todo establecer normas según las cuales todo file tenía que conformar su propia conducta. De estas respuestas, que se conocen con el nombre de Decretales, tomó forma el primer embrión del derecho canónico.

Escribió cartas a los obispos para corregir abusos, disipar dudas doctrinales, combatir herejías, o simplemente para prohibir a los obispos llevar el cinturón o el manto propios de los monjes. Tuvo correspondencia con el amigo obispo de Hipona, San Agustín, cuya doctrina, a un año de la muerte, defendió calurosamente en la disputa antipelagiana, con palabras que consagraron definitivamente la autoridad y la santidad.

Los últimos días del pontificado de Celestino se caracterizaron por la lucha en el este en contra de la herejía de Nestorius. Nestorius quien había llegado a ser Obispo de Constantinopla en 428, primero dio una gran satisfacción, tal y como podemos ver en una carta dirigida por él a Celestino. Pronto se levantaron sospechas de su ortodoxia por recibir amablemente a los pelagianos, que habían sido rechazados por el papa en Roma. Poco después, rumores sobre sus enseñanzas acerca de la personalidad dual de Cristo, llegaron a Roma. Celestino comisionó a Cirilo de Alejandría para que investigara e hiciera un reporte.


Cirilo encontró que Nestorius profesaba abiertamente sus herejías y envió un recuento completo de la situación a Celestino. En un Sínodo en Roma (430) el Papa condenó solemnemente los errores de Nestorius, y ordenó a Cirilo que en su nombre, procediera contra el hereje quien fue incomunicado y depuesto, a menos que en diez días hiciera una declaración por escrito mediante la cual se retractara de sus errores.

En cartas escritas en el mismo día a Nestorius, a los clérigos, la gente de Constantinopla, Juan de Antioquia, Juvenal de Jerusalem, Rufus de Thessalonica, y Flavian de Filipi, Celestino anuncia la sentencia contra Nestorius y comisiona a Cirilo para que ejecute la decisión. De manera simultánea, restaura a todos los que habían sido excomunicados o privados de derechos por Nestorius.

Cirilo envía la sentencia papal y su propio anatema a Nestorius. El emperador ahora establece un concilio general que ser reunirá en Efesio. A este concilio Celestino envia como delegados a Arcadius, y Projectus, obispos, y a Filipo, un sacerdote, quienes deben actuar en coordinación con Cirilo. Sin embargo, ellos no estuvieron involucrados en discusiones, sino que debían juzgar las opiniones de otros. Celestino in todas sus cartas aume que su propia decisión es ya la final, y Cirilo y el concilio se manifiesta “compelido por los cánones sagrados y las cartas de Nuestro Más Santo Padre, Celestino, Obispo de la Iglesia Romana.”

El último acto oficial de Celestino, fue enviar a San Patricio a Irlanda, quizá sobrepasando todas las expectativas en esta acción de grandes consencuencias para el bien. Ya había enviado con anterioridad (431) a Palladius como obispo de los “Scots (i.e. irlandeses) creyentes en Cristo.” Pero Palladius abandonó pronto su misión en Irlanda y murió al año siguiente en Bretaña.

El Papa Celestino I murió el 27 de julio del año 432, y fue sepultado en el cementerio de Priscila, en una capilla adornada con frescos que representaban los episodios del reciente Concilio de Éfeso, que había proclamado solemnemente la maternidad divina de María.

En el año 817 las reliquias del Santo Pontífice fueron trasladadas a la basílica de Santa Práxedes, y parte de ellas parece que fueron llevadas a la catedral de Mantua.
=
Autor: Xavier Villalta
fuente: ENCICLOPEDIA CATÓLICA

julio 19, 2013

San Símaco, Papa

San Símaco, LI Papa
Julio 19

51 -San Símaco (Symmachus): Serdeña; Noviembre 22, 498 -Julio 19, 514.
Nació en Serdeña. Elegido el 22.XI.498, murió el 19.VII.514. Consolidó los bienes eclesiásticos, llamándolos beneficios estables a usufructo de los clérigos. Rescató todos los esclavos dándoles la libertad. Se le atribuye la primera construcción del Palacio Vaticano.
Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, san Símaco, papa, a quien los cismáticos amargaron durante largo tiempo la vida y murió finalmente como un auténtico confesor de la fe. († 514)

El Líber Pontificalis afirma que san Símaco era hijo de un tal Fortunato y que nació en Cerdeña. Recibió el bautismo en Roma, donde llegó a ser archidiácono del papa Anastasio II, a quien sucedió en el pontificado el año 490. Pero el día mismo de la elección de san Símaco, una minoría del clero, que simpatizaba con Bizancio, se reunió en Santa María la Mayor y eligió papa a Lorenzo, arcipreste de Santa Práxedes. En la empresa les ayudó, con dinero, un senador llamado Festo, a quien Anastasio, el emperador de Constantinopla que debía proteger más tarde a los monofisitas, había pagado para que procurase que el nuevo papa confirmase el documento imperial conocido con el nombre de «Nenótikon de Zenón», condenado por su predecesor.

Tanto san Símaco como Lorenzo apelaron al arriano Teodorico, rey de Ravena, quien zanjó la cuestión en favor de san Símaco, porque éste había sido elegido antes que Lorenzo y por un número mayor de miembros del clero. Teodorico aprovechó la ocasión para afirmar que Símaco «amaba al clero y al pueblo y era bueno, prudente, amable y gracioso». Sin embargo, la sentencia de Teodorico no puso fin a las dificultades que habían de perturbar la primera mitad del pontificado de san Símaco.

El nombre del santo no figura en los martirologios más antiguos, y apenas sabemos algo sobre su vida. Cuando Trasimundo, el rey arriano, desterró a Cerdeña a muchos obispos del África, San Símaco les envió dinero y vestidos para ellos y sus fieles. Todavía se conserva la carta que les escribió para consolarlos y que les envió junto con algunas reliquias de mártires. San Símaco fundó tres posadas para los pobres, socorrió a las víctimas de las incursiones de los bárbaros en el norte de Italia y rescató a numerosos cautivos. También decoró o restauró varias iglesias de Roma y construyó las basílicas de San Andrés, de San Pancracio extra muros y de Santa Inés, en la Vía Aurelia.

Según la costumbre de la época, todos estos hechos se conmemoraron en inscripciones. En una de ellas, refiriéndose al fin de las dificultades con el antipapa Lorenzo, san Símaco dice: «Los lobos han cesado de mordernos».

El santo Pontífice murió el 19 de julio de 514 y fue sepultado en San Pedro.
(514 d. C.) El Líber Pontificalis afirma que San Símaco era hijo de un tal Fortunato y que nació en Cerdeña. Recibió el bautismo en Roma, donde llegó a ser archidiácono del Papa Anastasio II, a quien sucedió en el pontificado el año 49o. Pero el día mismo de la elección de San Símaco, una minoría del clero, que simpatizaba con Bizancio, se reunió en Santa María la Mayor y eligió Papa a Lorenzo, arcipreste de Santa Práxedes. En la empresa les ayudó, con dinero, un senador llamado Festo, a quien Anastasio, el emperador de Constantinopla que debía proteger más tarde a los monofisitas, había pagado para que procurase que el nuevo Papa confirmase el documento imperial conocido con el nombre de "Nenótikon de Zenón", condenado por su predecesor.

Tanto San Símaco como Lorenzo apelaron al arriano Teodorico, rey de Ravena, quien zanjó la cuestión en favor de San Símaco, porque éste había sido elegido antes que Lorenzo y por un número mayor de miembros del clero. Teodorico aprovechó la ocasión para afirmar que Símaco "amaba al clero y al pueblo y era bueno, prudente, amable y gracioso." Sin embargo, la sentencia de Teodorico no puso fin a las dificultades que habían de perturbar la primera mitad del pontificado de San Símaco.

El nombre del santo no figura en los martirologios más antiguos, y apenas sabemos algo sobre su vida. Cuando Trasimundo, el rey arriano, desterró a Cerdeña a muchos obispos del África, San Símaco les envió dinero y vestidos para ellos y sus fieles. Todavía se conserva la carta que les escribió para consolarlos y que les envió junto con algunas reliquias de mártires. San Símaco fundó tres posadas para los pobres, socorrió a las víctimas de las incursiones de los bárbaros en el norte de Italia y rescató a numerosos cautivos. También decoró o restauró varias iglesias de Roma y construyó las basílicas de San Andrés, de San Pancracio extra muros y de Santa Inés, en la Vía Aurelia. Según la costumbre de la época, todos estos hechos se conmemoraron en inscripciones. En una de ellas, refiriéndose al fin de las dificultades con el antipapa Lorenzo, San Símaco dice: "Los lobos han cesado de mordernos." El santo Pontífice murió el 19 de julio de 514 y fue sepultado en San Pedro.
=
La figura de San Símaco pertenece a la historia general de la Iglesia, de suerte que su biografía detallada puede verse en obras como la de Hefele-Leclerq, Conciles, vol. II, pp. 957-973, 1349-1372; Grisar, Geschichte Roms und der Päpstum, etc. Cf. Duchesne, L´Eglise au VIe. siécle (1925), pp. 113-130. Véase también el Líber Pontificalis (Duchesne), vol. I, pp. CXXXIII ss., 44-46 y 260-263. Las cartas de San Símaco se hallan en Thiel, Epp. Rom. Pont.
=

julio 17, 2013

San León IV, Papa

San León IV, Papa
Julio 17


103 -San León IV: Roma; Enero (Abril 10), 847- Julio 17, 855.
Nació en Roma. Elegido el 10.IV.847, murió el 17.VII.855. Fue el primer pontífice que puso la fecha sobre los documentos oficiales. Confirmó a los venetos el derecho a elegirse el Doge. Edificó las murallas que delimitan la "Ciudad Leonina" y alrededor a la colina Vaticana.
Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, san León IV, papa, protector de la ciudad y defensor del primado de Pedro.
(855 d. C.) León era romano de nacimiento, pero probablemente de origen lombardo. Recibió su educación en el monasterio benedictino de San Martín, cerca de San Pedro. Las cualidades del joven llamaron la atención de Gregorio IV, quien le nombró subdiácono de la basílica de Letrán y más tarde cardenal-presbítero, titular de "Quatuor Coronad." A la muerte de Sergio II, el año 847, León fue elegido para sucederle en el pontificado. El nuevo Papa fue consagrado sin consultar al emperador, ya que los romanos, aterrados ante la perspectiva de una invasión sarracena, querían ver la cátedra de San Pedro ocupada por un hombre decidido y bueno, por más que la idea no sonreía a San León.


Lo primero que hizo fue prepararse para el ataque de los sarracenos y mandó reparar y reforzar las murallas de la ciudad, pues en los años precedentes, los sarracenos habían penetrado por el Tíber y se habían entregado al saqueo. La lista de las donaciones de San León a las diversas iglesias ocupa veinte páginas del Líber Pontificalis. Además, hizo llevar a Roma las reliquias de numerosos santos, entre las que se contaban las de los Cuatro Coronados, que el Papa mandó depositar en la basílica que había reconstruido en su honor. Pero, por grandes que hayan sido estas realizaciones, quedaron eclipsadas por la magna empresa de la construcción de una muralla alrededor de la colina Vaticana. Tal fue el origen del predio que desde entonces se conoce con el nombre de "la ciudad Leonina."

Sin embargo, San León sabía que las más poderosas murallas son incapaces de defender a un pueblo contra la cólera divina y que un clero negligente o rebelde corrompe a los fieles y provoca esa cólera. Así pues, el año 853 reunió en Roma un sínodo, cuyos cuarenta y dos cánones se referían, en gran parte, a la disciplina y los estudios del clero. El sínodo hubo de tomar también ciertas medidas contra el cardenal Anastasio, quien intrigaba con el emperador Lotario I para obtener la sucesión del pontificado. San León hizo también frente al violento y rebelde arzobispo Juan de Ravena y a su hermano, el duque de Emilia, que habían asesinado a un legado pontificio.

El Papa se trasladó a Ravena, donde juzgó y condenó a muerte al duque y a dos de sus cómplices; pero como la sentencia fue dictada en el tiempo pascual, en que no se podía ejecutar a nadie, los asesinos escaparon con vida. San León tuvo también ciertas dificultades con el duque de la Gran Bretaña, Neniónos, quien se arrogó el poder de establecer una sede metropolitana en su territorio; con San Ignacio, patriarca de Constantinopla, el cual depuso al obispo de Siracusa; y con un soldado llamado Daniel, quien acusó falsamente al Pontífice ante el emperador, de tramar una conspiración con los griegos y los francos. Por último, San León tuvo que defenderse también de Hincmar, arzobispo de Reims, el cual le había acusado de impedir que los clérigos depuestos apelasen a la Santa Sede. El enérgico Pontífice falleció en medio de esas pruebas, el 17 de julio de 855.

San León IV fue un hombre que supo combinar la liberalidad y la justicia con la paciencia y la humildad. Cierto que sus principales realizaciones fueron de orden político y temporal; pero ello se debió a los tiempos en que vivió y al hecho de que la historia olvida muy fácilmente la grandeza espiritual, o se preocupa muy poco por ella. San León fue un buen predicador, por lo que se le ha atribuido, aunque probablemente sin razón, la homilía sobre el "Cuidado pastoral" del Pontificale. Por su entusiasmo por el canto en las iglesias romanas, San León fue un precursor de San Pío X.

Todavía se conserva una carta que escribió sobre ese tema a un abad: "Ha llegado a nuestros oídos un rumor increíble... Se dice que tenéis tal aversión por el armonioso canto gregoriano..., que no sólo disentís de su práctica en esta diócesis tan próxima, sino en toda la Iglesia occidental y de todos aquéllos que emplean la lengua latina en las alabanzas al Rey del cielo..." En seguida, el Papa amenazaba con la excomunión al abad, en caso de obstinarse contra "el supremo jefe religioso" en la cuestión del culto.

El pueblo atribuyó a San León varios milagros, entre otros el de haber detenido un gran incendio en el "borgo" romano con la señal de la cruz. A pesar de las objeciones de los historiadores, parece cierto que Alfredo el Grande, que no tenía entonces sino cuatro años, recibió en Roma, de manos de San León, el título honorario de "Cónsul Romano" (que no equivalía a la consagración regia). Algunos historiadores atribuyeron erróneamente a San León la institución del rito del "Asperges" antes de la misa dominical.
=
La principal fuente es el Líber Pontificalis con las notas de Duchesne. Pero también se encuentran ciertos datos en las crónicas de Hincmar de Reims y en las cartas del Pontífice. Véase sobre todo a Mann, en Lives of the Popes, vol. II, pp. 258-307; y Acta Sanctorum, julio, vol. IV.
=
Tomado de: oremosjuntos.com

julio 16, 2013

Inocencio III, Papa

Inocencio III, Papa
(Lotario dei Conti di Segni)

176 -Inocencio III (Lotario dei Conti di Segni): Anagni; Enero 8 (Febrero 22), 1198-Julio 16, 1216.
Nació en Anagni. Elegido el 22.II.1198, murió el 16.VII.1216. De grandes cualidades ejerció una gran influencia. Restableció la autoridad temporal en los Estados Pontificios. Promueve la IV Cruzada. Aprobó el órden de los Dominicos y Franciscanos. Proclamó el 12º Concilio Ecuménico.
Uno de los más grandes Papas de la Edad Media, hijo del Conde Trasimundo de Segni y sobrino de Papa Clemente III, nació en 1160 ó 1161 en Anagni; murió el 16 de junio de 1216 en Perugia.
Recibió su educación inicial en Roma, estudió teología en París, jurisprudencia en Boloña y se convirtió en un erudito teólogo y uno de los más grandes juristas de su tiempo. Poco después de la muerte del Papa Alejandro III (30 de agosto de 1181) Lotario regresó a Roma y ocupó varios puestos eclesiásticos durante los cortos pontificados de Lucio III, Urbano III, Gregorio VIII, y Clemente III. El Papa Gregorio VIII lo ordenó subdiácono y Clemente III lo nombró cardenal-diácono de San Jorge en Velabro y Santos Sergio y Baco en 1190. Más tarde llegó a ser cardenal-sacerdote de Santa Pudenciana. Durante el pontificado del Papa Celestino III (1191-1198) un miembro de la casa de los Orsini, enemigos de los Condes de Segni, vivió en retiro, probablemente en Anagni, donde se dedicó principalmente a la meditación y a actividades literarias.

Celestino III murió el 8 de enero de 1198, previo a cuyo evento, había apremiado al Colegio Cardenalicio a elegir a Giovanni di Colonna como su sucesor, pero Lotario de Conti fue electo Papa en Roma, el mismo día que murió Celestino III. Aceptó la tiara con reticencia y tomó el nombre de Inocencio III. Al momento de su accesión al papado tenía sólo treinta y siete años de edad. El trono imperial había quedado vacante a la muerte de Enrique VI en 1197, y todavía no se había elegido un sucesor. El prudente y enérgico Papa aprovechó la oportunidad ofrecida por esta vacante para restaurar el poder papal en Roma y los Estados Pontificios. El prefecto de Roma, que reinaba sobre la ciudad como representante del emperador, y el senador que representaba los derechos comunales y privilegios de Roma, juraron lealtad a Inocencio. Cuando él ya había reestablecido la autoridad papal en Roma, se aprovechó de cualquier oportunidad para poner en práctica su grandioso concepto del papado. Italia estaba cansada de ser gobernada por un gran número de aventureros alemanes, y el Papa tuvo poca dificultad en extender su poder político sobre la península.

Primero envió dos legados cardenales a Markwuld a fin de demandar la restauración de la Romaña y la Marca de Ancona para la Iglesia. Ante su respuesta evasiva fue excomulgado por los legados y fue expulsado por las tropas papales. De forma similar fueron tratados el Ducado de Espoleto y los distritos de Asís y Sora fueron arrebatados al caballero alemán, Conrado von Uerslingen. La liga de ciudades que se había formado en Toscana fue ratificada por el Papa después que ésta lo reconoció como su soberano.

La muerte del emperador Enrique VI dejó a su hijo de cuatro años de edad, Federico II, como rey de Sicilia. La viuda del emperador, Constanza, quien gobernaba Sicilia en nombre de su hijo, no pudo arreglárselas sola contra los barones normandos del Reino Siciliano, quienes resentían el gobierno alemán y se negaban a reconocer al niño rey.

Ella acudió a Inocencio III para preservar el trono siciliano para su hijo. El Papa aprovechó esta ocasión para reafirmar la soberanía papal sobre Sicilia y reconoció a Federico II como monarca, sólo después que Constanza entregó ciertos privilegios contenidos en el tal llamado Cuatro Capítulos, los cuales William I le había extorsionado previamente al Papa Adriano IV. El Papa solemnemente invistió a Federico II como Rey de Sicilia en una Bula emitida a mediados de noviembre de 1198. Antes de que la Bula llegara a Sicilia, Constanza había muerto, pero antes de fallecer había designado a Inocencio como tutor del rey huérfano. Con la mayor fidelidad, el Papa veló por el bienestar de su pupilo durante los nueve años de su minoría de edad. Aún los enemigos del papado admiten que Inocencio fue un tutor generoso del joven rey, y que nadie habría podido gobernar por él más hábil y concienzudamente. A fin de proteger al inexperto rey contra sus enemigos, el Papa le indujo a que se casara en 1209 con Constanza, la viuda del Rey Emérico de Hungría.

Las condiciones en Alemania eran extremadamente favorables para la aplicación de la idea de Inocencio en lo concerniente a la relación entre el papado y el imperio. Después de la muerte de Enrique VI sobrevino una doble elección. Los gibelinos habían elegido a Felipe de Suabia el 6 de marzo de 1198, mientras que los güelfos habían electo a Otón IV, hijo de Enrique el León y sobrino del rey Ricardo I de Inglaterra, en abril de ese mismo año. El primero fue coronado en Maguncia el 8 de septiembre de 1198 y el último en Aquisgrán el 12 de julio de 1198. Inmediatamente después de su advenimiento al trono papal, Inocencio había enviado al obispo de Sutri y al abad de San Anastasio como legados a Alemania, con instrucciones de liberar a Felipe de Suabia de la excomunión en que había incurrido bajo el mandato de Celestino III, con la condición de que lograra la liberación de la prisionera reina Sibila de Sicilia, y que devolviera el territorio que le había quitado a la Iglesia cuando era Duque de Toscana. Cuando los legados llegaron a Alemania, Felipe ya había sido electo rey. Cediendo a los deseos de Felipe, el Obispo de Sutri secretamente lo liberó de la excomunión con la promesa de que cumpliría con las condiciones establecidas.

Luego de la coronación Felipe envió a los legados de regreso a Roma con cartas solicitando al Papa que ratificara su elección; pero Inocencio estaba insatisfecho con la acción del Obispo de Sutri y se negó a ratificar la elección. Otón IV también envió delegados ante el Papa, luego de su coronación en Aquisgrán, pero antes de que el Papa tomara ninguna acción, los dos reclamantes al trono alemán comenzaron a hacer valer sus reclamos por la fuerza de las armas. Aunque el Papa no apoyó abiertamente a ninguno de los dos, era evidente que simpatizaba más con Otón IV. Ofendidos por lo que consideraban una interferencia injusta por parte del Papa, los seguidores de Felipe le enviaron una carta en la cual protestaban por su interferencia en los asuntos imperiales de Alemania. En su respuesta, Inocencio dejó claro que no tenía intención de meterse con los derechos de los príncipes, pero insistió sobre los derechos de la Iglesia en ese asunto. Enfatizó especialmente que el conferir la corona imperial pertenecía solamente al Papa. En 1201 el Papa defendió abiertamente el partido de Otón IV. El 3 de julio de 1201 el legado papal, cardenal-obispo Guido de Palestrina, anunció al pueblo en la catedral de Colonia, que Otón IV había sido aprobado por el Papa como rey romano, y amenazó con excomunión a todos aquellos que rechazaran reconocerle como tal. Inocencio III dejó claro a los príncipes alemanes por el decreto de Venerabilem, dirigido al Duque de Zahringen en mayo de 1202, en qué relación él consideraba que estaba el imperio respecto al papado. Este decretal, que se ha vuelto famoso, fue después incorporado al “Corpus Juris Canonici”. Se encuentra en Baluze, "Registrum Innocentii III super negotio Romani Imperii", no. LXII, y fue reimpreso en P. L., CCXVI, 1065-7. Los siguientes son los puntos fundamentales de tal decretal:

    (1) Los príncipes alemanes tienen el derecho de elegir al rey, quien luego llegará a ser emperador.
    (2) Este derecho les fue dado por la Sede Apostólica cuando transfirió a la dignidad imperial de los griegos a los alemanes en la persona de Carlomagno.
    (3) El derecho de investigar y decidir si un rey así electo es merecedor de la dignidad imperial le pertenece al Papa, cuya función es ungirlo, consagrarlo y coronarlo; de lo contrario, podría suceder que el Papa estuviese obligado a ungir, consagrar y coronar a un rey que sea excomulgado, un hereje o un pagano.
    (4) Si el Papa encuentra que el rey electo por los príncipes no es merecedor de la dignidad imperial, los príncipes deben elegir un nuevo rey o, si se rehúsan, el Papa le conferirá la dignidad imperial a otro rey; debido a que la Iglesia necesita de un patrono y defensor.
    (5) En caso de doble elección, el Papa debe exhortar a los príncipes a que lleguen a un acuerdo. Si luego de un intervalo no se ponen de acuerdo, deben pedir al Papa que sea árbitro, si esto fracasa, él debe por su propio acuerdo y en virtud de su puesto decidir a favor de uno de los aspirantes. La decisión del pontífice no necesariamente estará basada en la mayor o menor legalidad de la elección, sino en las capacidades de los reclamantes.
La exposición de la teoría de Inocencio referente a las relaciones entre el papado y el imperio fue aceptada por muchos príncipes, como es evidente por el súbito aumento de los seguidores de Otón luego de la emisión del decretal. Si luego de 1203 la mayoría de los príncipes comenzaron a alinearse con Felipe, fue culpa del mismo Otón, quien era irritable y a menudo ofendía a sus mejores amigos. Inocencio, revocando su decisión, se declaró a favor de Felipe en 1207, y envió a los Cardenales Ugolino de Ostia y Leo de Santa Cruz, a Alemania con instrucciones de procurar que Otón renunciara a sus reclamos al trono y con poderes para liberar a Felipe de la excomunión.

El asesinato del Rey Felipe por Otto de Wittelsbach el 21 de junio de 1208 cambió por completo las condiciones en Alemania. En la Dieta de Frankfort, el 11 de noviembre de 1208, Otón fue reconocido como rey por todos los príncipes, y el Papa le invitó a Roma, para recibir la corona imperial. Fue coronado emperador en la Basílica de San Pedro en Roma el 4 de octubre de 1209. Antes de su coronación, había prometido solemnemente dejar que la Iglesia poseyera pacíficamente a Espoleto, Ancona, y los regalos de la Condesa Matilde; ayudar al Papa en el ejercicio de su soberanía sobre Sicilia; conceder libertad a las elecciones eclesiásticas; derecho ilimitado de apelación al Papa, y la competencia exclusiva de la jerarquía en asuntos espirituales; además él renunció a la “regalia” y al “jus spoli”, es decir, el derecho a los ingresos de las sedes vacantes y la incautación de las propiedades eclesiásticas intestadas. También prometió ayudar a la jerarquía en la extirpación de la herejía. Pero apenas fue coronado emperador, se apoderó de Ancona, Espoleto los legados de Matilde y otra propiedad eclesiástica, dándolas en vasallaje a algunos de sus amigos. También se unió con los enemigos de Federico II e invadió el reino de Sicilia, con el propósito de arrebatárselo al pequeño monarca y de la soberanía al Papa. Cuando Otón no escuchó las reconvenciones de Inocencio, este último le excomulgó el 18 de noviembre de 1210 y solemnemente proclamó su excomunión en el sínodo romano efectuado el 21 de marzo de 1211.

El Papa comenzó a tratar ahora con el Rey Felipe Augusto de Francia y con los príncipes alemanes, con el resultado de que muchos príncipes abandonaron al excomulgado emperador y eligieron en su lugar al joven Federico II de Sicilia, en la Dieta de Nuremberg en septiembre de 1211. La elección fue repetida en presencia de un representante del Papa y de Felipe Augusto de Francia en la Dieta de Frankfort, el 2 de diciembre de 1212. Luego de hacer al Papa prácticamente las mismas promesas que había hecho anteriormente Otón IV, jurando además solemnemente que nunca unificaría a Sicilia con el imperio; su elección fue ratificada por Inocencio y fue coronado en Aquisgrán el 12 de julio de 1215. El depuesto emperador Otón IV recurrió rápidamente a Alemania ante la elección de Federico II, pero obtuvo muy poco apoyo de los príncipes. En alianza con Juan de Inglaterra, le declaró la guerra a Felipe de Francia, pero fue derrotado en la batalla de Bouvines el 27 de julio de 1214. Entonces perdió toda su influencia en Alemania y murió el 19 de mayo de 1218, dejando a la criatura del Papa, Federico II, como emperador indiscutible.

Cuando Inocencio accedió al trono papal, una cruenta guerra se libraba entre Felipe Augusto de Francia y Ricardo de Inglaterra. El Papa consideró que era su deber, como supremo gobernante de la cristiandad, finalizar todas las hostilidades entre los príncipes cristianos. Muy poco después de su accesión, envió al Cardenal Pedro de Capua a Francia, con instrucciones de amenazar a ambos reyes con el interdicto si no hacían las paces dentro de dos meses, o por lo menos una tregua de cinco años. En enero de 1198 los dos reyes se reunieron entre Vernon y Andely y acordaron una tregua de cinco años. El mismo legado fue instruido por el Papa para amenazar a Felipe Augusto con interdictar toda Francia si dentro del plazo de un mes, el monarca no se reconciliaba con su esposa legal, Ingeburga de Dinamarca, a quien él había rechazado y había tomado en su lugar a Inés, hija del Duque de Meran. Al ver que Felipe no hizo caso de la advertencia del Papa, Inocencio llevó a cabo su amenaza y el 12 de diciembre de 1199 procedió a poner bajo interdicto a toda Francia. Durante nueve meses el rey permaneció obstinado, pero cuando los barones y el pueblo comenzaron a alzarse en rebelión contra él, finalmente despidió a su concubina y el interdicto fue levantado el 7 de septiembre de 1200. No fue, sin embargo, hasta 1213 que el Papa logró una reconciliación final entre el rey y su esposa legal, Ingeburga.

Inocencio también tuvo la oportunidad de reafirmar sus derechos papales en Inglaterra. Después de la muerte del Arzobispo Hubert de Canterbury, en 1205, cierto número de monjes jóvenes de la Iglesia de Cristo se reunieron secretamente de noche y eligieron a su sub-prior, Reginaldo, como arzobispo. Esta elección fue realizada sin la concurrencia del obispo ni la autoridad del rey. A Reginaldo se le pidió que no divulgara lo de su elección hasta que recibiera la aprobación papal. Pero en su camino a Roma, el vanidoso monje asumió el título de arzobispo electo, y así el cuerpo episcopal de la provincia de Canterbury fue puesto en conocimiento de la elección secreta. Los obispos enseguida enviaron a Pedro de Anglesham como su representante ante el Papa Inocencio para protestar contra los procedimientos no canónicos de los monjes de la Iglesia de Cristo. Los monjes también se encolerizaron contra Reginaldo quien, contrario a su promesa, había divulgado lo de la elección. Procedieron a una segunda elección y el 11 de diciembre de 1205, votaron por el favorito de la corona, Juan de Grey, a quien el rey había recomendado a sus sufragios. En la controversia entre los monjes de la Iglesia de Cristo y los obispos respecto al derecho a elegir el Arzobispo de Canterbury, Inocencio se inclinó a favor de los monjes, pero en este caso declaró que ambas elecciones eran inválidas: la de Reginaldo, porque se había realizado no canónicamente y clandestinamente, y la de Juan de Grey, porque había ocurrido antes que el Papa proclamara inválida la del anterior. Ni siquiera el Rey Juan, quien ofreció a Inocencio 3,000 marcos si se decidía a favor de Juan de Grey, pudo alterar la posición del Papa.

Inocencio convocó a los monjes de Canterbury que estuviesen en Roma para proceder a una nueva elección y recomendó para su elección a Esteban Langton, un inglés a quien el Papa había llamado a Roma desde el rectorado de la Universidad de París, para nombrarlo cardenal. El fue debidamente electo por los monjes y el Papa mismo le consagró como arzobispo en Viterbo el 17 de junio de 1207. Inocencio informó al Rey Juan de la elección de Langton y le pidió que lo aceptara como el nuevo arzobispo. El rey, sin embargo, había puesto su vista en Juan de Grey, y se negó rotundamente a permitir que Langton viniera a Inglaterra en calidad de Arzobispo de Canterbury. Además tomó venganza contra los monjes de la Iglesia de Cristo al expulsarlos de sus monasterios y tomar posesión de sus propiedades. Inocencio puso entonces a todo el reino bajo interdicto, lo cual fue proclamado el 24 de marzo de 1208. Cuando esto resultó inútil y el rey cometió actos de crueldad contra el clero, el Papa lo excomulgó en 1209, y lo destronó formalmente en 1212. El le confió al Rey Felipe de Francia la ejecución de la sentencia. Cuando Felipe amenazó con invadir Inglaterra y los señores feudales y el clero abandonaron al Rey Juan, éste hizo su sumisión ante Pandulfo, a quien Inocencio había enviado como legado a Inglaterra. Prometió reconocer a Langton como Arzobispo de Canterbury, permitir que los sacerdotes y obispos exiliados retornaran a Inglaterra y compensar al clero por las pérdidas sufridas.

Fue aún más lejos y el 13 de mayo de 1213, probablemente por su propia iniciativa, entregó el reino inglés al Papa a través de Pandulfo, para que le fuera devuelto como un feudo. El documento de la entrega establece que desde ese momento los reyes de Inglaterra gobernarían como vasallos del Papa y pagarían un tributo annual de 1,000 marcos a la Sede de Roma. El 20 de julio de 1213 el rey fue solemnemente liberado de la excomunión en Winchester y luego que al clero se le habían reembolsado sus pérdidas, el interdicto fue levantado de Inglaterra el 29 de junio de 1214. Parece que muchos de los barones no estaban satisfechos con la rendición de Inglaterra a manos del Papa. Ellos también resentían las continuas transgresiones del rey sobre sus libertades y sus muchos actos de injusticia al gobernar el pueblo. Finalmente recurrieron a la violencia, y le obligaron a ceder ante sus demandas, estampando su sello en la Carta Magna. Como soberano de Inglaterra, Inocencio no podía permitir que se firmara sin su consentimiento un contrato que le imponía tan serias obligaciones a su vasallo. Su legado Pandulfo había alabado repetidamente al Rey Juan como un monarca sabio y un vasallo leal a la Santa Sede. El Papa, por lo tanto, declaró la Carta Magna nula e inválida, no porque daba muchas libertades a los barones y a la gente, sino porque había sido obtenida mediante la violencia.

Apenas hubo un país en Europa en el cual Inocencio III no hubiese reafirmado de una manera u otra la supremacía que reclamaba para el papado. Excomulgó a Alfonso IX de León, por casarse con una pariente cercana, Berengaria, hija de Alfonso VIII, lo que era contrario a las leyes de la Iglesia, y efectuó tal separación en 1204. Por razones similares anuló en 1208 el matrimonio del príncipe heredero Alfonso de Portugal con Urraca, hija de Alfonso de Castilla. De Pedro II de Aragón, recibió ese reino en vasallaje y lo coronó rey en Roma en 1204. Preparó una cruzada contra los moros y vivió para ver su poder quebrarse en España, en la batalla de Navas de Tolosa, en 1212. Protegió a la gente de Noruega contra su tiránico rey, Sverri, y luego de la muerte de éste fue árbitro entre los dos aspirantes al trono noruego. Inocencio fue mediador entre el Rey Emeric de Hungría y el rebelde de su hermano Andrés; le envió la corona real y el cetro al Rey Johannitius de Bulgaria e hizo que su legado lo coronara rey en Tirnovo en 1204; restableció la disciplina eclesiástica en Polonia; fue árbitro entre los dos aspirantes a la corona real de Suecia; hizo intentos parciales exitosos para reconciliar la iglesia latina con la griega y extendió su benéfica influencia a prácticamente toda la cristiandad.

Como muchos Papas anteriores, Inocencio tuvo en el corazón la recuperación de la Tierra Santa y fue por ello que emprendió la Cuarta Cruzada. Los venecianos se habían comprometido a transportar al ejército cristiano y a suministrarle provisiones a la flota por nueve meses, todo ello por 85,000 marcos. Cuando los cruzados no pudieron pagar tal suma, los venecianos propusieron sufragar los gastos ellos mismos con la condición de que los cruzados primero les ayudaran a conquistar la ciudad de Zara. Los cruzados cedieron a sus demandas y la flota zarpó hacia el Adriático el 8 de octubre de 1202. Zara había sido apenas sometida cuando Alexio Comneno llegó al campamento de los cruzados y abogó por su ayuda para reemplazar a su padre, Isaac Angelo, en el trono de Constantinopla, del cual había sido depuesto por su cruel hermano Alexio.

A cambio le prometía una reunificación entre las iglesias griega y latina, agregar diez mil soldados a la tropa de los cruzados, y contribuir a la cruzada con dinero y provisiones. Los venecianos, quienes vieron su propia ventaja comercial en la toma de Constantinopla, indujeron a los cruzados a ceder ante las súplicas de Alexio, y tomaron a Constantinopla en 1204. Isaac Angelo fue repuesto a su trono, pero pronto fue reemplazado por un usurpador. Los cruzados tomaron a Constantinopla por segunda vez el 12 de abril de 1204, y luego de un horrible saqueo, Balduino, Conde de Flandes, fue proclamado como emperador, y la Iglesia Griega fue unificada con la latina. La reunión, así como el imperio latino de oriente, no duró más de dos generaciones. Cuando el Papa Inocencio supo que los venecianos habían desviado a los cruzados en su propósito de conquistar la Tierra Santa expresó su gran insatisfacción primero con la conquista de Zara, y cuando ellos prosiguieron hacia Constantinopla, solemnemente protestó y excomulgó a los venecianos, que habían causado que los cruzados se desviaran de su propósito original. Sin embargo, ya que no pudo deshacer los logros obtenidos, hizo todo lo posible por destruir el cisma griego y latinizar el Imperio Oriental.

Inocencio también fue un celoso protector de la verdadera fe y un oponente vigoroso frente a la herejía. Su principal actividad se volcó contra los albigenses, quienes se habían vuelto tan numerosos y agresivos que, no satisfechos con ser seguidores de doctrinas heréticas, sino que además trataban de extender sus creencias mediante la fuerza. Eran especialmente numerosos en unas pocas ciudades del norte y sur de Francia. Durante el primer año de su pontificado, Inocencio envió a dos monjes cistercienses, Rainero y Guido, para visitar a los albigenses en Francia, a fin de predicarles la verdadera fe y argumentar con ellos sobre temas controversiales religiosos.

Los dos misioneros cistercienses fueron pronto seguidos por Diego, Obispo de Osma, luego por Santo Domingo y los dos legados papales, Pedro de Castelnau y Raúl. Sin embargo, cuando estos pacíficos misioneros fueron ridiculizados y despreciados por los albigenses, y el legado papal Castelnau fue asesinado en 1208, Inocencio recurrió a la fuerza. Ordenó a los obispos del sur de Francia que pusieran bajo interdicto a los participantes en el asesinato, y a todos los poblados que les dieran refugio. Estaba especialmente encolerizado contra el Conde Raymundo de Tolosa, quien había sido excomulgado previamente por el legado muerto y quien, por buenas razones, el Papa sospechaba que había sido el instigador del asesinato. El conde reafirmó su inocencia y se sometió al Papa, probablemente por cobardía, pero el Papa no volvió a confiar en él. Pidió la cooperación a Francia para que reuniera un ejército para suprimir a los albigenses. Bajo el liderazgo de Simón de Montforte sobrevino una cruel campaña contra los albigenses la cual, a pesar de las protestas de Inocencio, pronto se convirtió en una guerra de conquista. El punto culminante del glorioso reinado de Inocencio fue la convocatoria al Cuarto Concilio Lateranense, el cual inauguró solemnemente el 15 de noviembre de 1215.

Fue por mucho el concilio más importante de la Edad Media. Además de decidir sobre una cruzada general hacia la Tierra Santa, emitió setenta decretos reformatorios, el primero de los cuales fue un credo (Firmiter credimus) contra los albigenses y valdenses; en el cual el término “transubstanciación” recibió su primera sanción eclesiástica.

Las obras de Inocencio en el gobierno interno de la Iglesia parecen ser de un carácter muy subordinado cuando son puestas al lado de los grandes logros político-eclesiásticos que trajeron al papado a la cúspide del poder. Aun así son dignos de recordarse y han contribuido su parte a la gloria de su pontificado. Durante su pontificado los dos grandes fundadores de las órdenes mendigantes, Santo Domingo y San Francisco, le presentaron sus proyectos para reformar el mundo. Inocencio no estaba ciego ante los vicios de lujuria e indolencia que habían infectado a muchos en el clero y parte de los laicos. En los dominicos y franciscanos reconoció dos poderosos adversarios contra esos vicios y sancionó sus proyectos con palabras de estímulo. Las órdenes religiosas menores que él aprobó fueron los Hospitalarios del Espíritu Santo el 23 de abril de 1198, los Trinitarios el 17 de diciembre de 1198 y los Humiliati en junio de 1201. En 1209 comisionó al monje cisterciense Christian, después obispo, con la conversión de los paganos prusianos. En Roma construyó el famoso hospital Santo Espíritu en Sassia, el que llegó a ser un modelo para los futuros hospitales de otras ciudades, y que como tal existe todavía (véase Walsh, “Los Papas y la Ciencia”, New York, 1908, p. 249-258; y el artículo Hospitales).

Los siguientes santos fueron canonizados por Inocencio: Homobono, un comerciante de Cremona, el 12 de enero de 1199; la Emperatriz Cunegunda, el 3 de marzo de 1200; Guillermo, Duque de Aquitania, en 1202; Wulstan, Obispo de York, el 14 de mayo de 1203; Procopio, abad de Praga, el 2 de junio de 1204; y Guiberto, el fundador del monasterio de Gembloux, en 1211.

Inocencio murió en Perugia, mientras viajaba a través de Italia a favor de los intereses de la cruzada que se había acordado en el Concilio Lateranense. Fue sepultado en la catedral de Perugia, donde permaneció su cuerpo hasta que el Papa León XIII, un gran admirador de Inocencio, lo transfirió a Letrán en diciembre de 1891. Inocencio es también el autor de varios trabajos literarios, reimpresos en P. L., CCXIV-CCXVIII, donde también se puede hallar sus numerosos epístolas y decretos existentes, además del históricamente importante "Registrum Innocentii III super negotio imperii".

Su primer trabajo "De contemptu mundi, sive de miseria conditionis humanæ libri III" (P. L., CCXVII, 701-746), fue escrito mientras vivía en retiro, durante el pontificado de Celestino III. Es un tratado sobre ascetismo y evidencia su profunda piedad y conocimiento del hombre. Al respecto, véase Reinlein "Papst Innocenz der dritte und seine Schrift 'De contemptu mundi" (Erlangen, 1871). Su tratado "De sacro altaris mysterio libri VI" (P. L., CCXVII, 773-916) tiene un gran valor litúrgico, porque representa la Misa romana tal y como fue en los tiempos de Inocencio. Véase Franz, "Die Messe im deutschen Mittelalter" (Friburgo, 1902), 453-457. Este trabajo fue impreso varias veces, y traducido al alemán por Hurter (Schaffhausen, 1845).

También escribió "De quadripartita specie nuptiarum" (P. L., CCXVII, 923-968), una exposición de la cuádruple unión matrimonial, a saber: entre hombre y mujer; entre Jesucristo y la Iglesia; entre Dios y el alma justa; entre el Verbo y la naturaleza humana; y está completamente basado en las Sagradas Escrituras.

"Commentarius in septem psalmos pœnitentiales" (P. L., CCXVII, 967-1130) tiene una autoría dudosa. Entre sus setenta y nueve sermones (ibidem, 314-691) es famoso el que se refiere al texto "Desiderio desideravi" (Lc. 22,15), el cual fue dado a conocer en el Cuarto Concilio Lateranense.
=