San Cayo, Papa y Mártir
Abril 22
28 -San Cayo: Dalmacia; Diciembre 17, 283 - Abril 22, 296.
Nació en Salona (Calmacia). Mártir. Elegido el 17.XII.283 murió el 22. IV.296. Sufrió el martirio pero no por parte de Diocleciano su tío. Estableció que ninguno podía ser ordenado Obispo sin antes pasar por los grados de ostiario, lector, acólito, exorcista, subdiácono, diácono y sacerdote.
Nació en Salona (Calmacia). Mártir. Elegido el 17.XII.283 murió el 22. IV.296. Sufrió el martirio pero no por parte de Diocleciano su tío. Estableció que ninguno podía ser ordenado Obispo sin antes pasar por los grados de ostiario, lector, acólito, exorcista, subdiácono, diácono y sacerdote.
La memoria del papa San Cayo (283-296) va unida generalmente en la
tradición a la de San Sotero, y por lo mismo se celebra el mismo día. Sin
embargo, sus vidas no tienen de común más que el hecho de ser ambos obispos de
Roma. La tumba de San Cayo es, ciertamente, una de las más veneradas en la
catacumba de San Calixto de Roma. Mas, por otra parte, su recuerdo está rodeado
de multitud de tradiciones y leyendas que impiden tener una idea clara y segura
sobre su vida y su verdadera actuación durante su pontificado.
Algunos documentos antiguos atestiguan que Cayo era originario de Dalmacia.
Por otra parte, se le supone pariente de Diocleciano y de los Santos Gabino y
Susana. Por esto esa misma tradición afirma que vivía en Roma en una casa
contigua a la de Gabino y Susana. De esta misma tradición o leyenda se hace eco
el llamado Titulus Suzannae, en Roma, que ha llevado siempre el subtítulo de ad
duas domos (junto a las dos casas).
Algunas de estas leyendas o tradiciones fueron transmitidas por las Actas
de Santa Susana, y sobre estas Actas, según parece, están fundadas las noticias
que nos transmite el Liber Pontificalis. Así, pues, no podemos tener ninguna
seguridad sobre el origen de San Cayo y demás circunstancias indicadas.
En terreno seguro entramos con la noticia de la elección de Cayo en 283
para suceder en la Sede Romana al papa San Eutiquiano. Además consta que,
transcurrida la persecución de Valeriano, la Iglesia atravesaba entonces un
período bonancible. Gracias a esta paz, de que gozó el cristianismo durante casi
todo el siglo III, sólo interrumpida por los breves chispazos de algunas
persecuciones, se había ido robusteciendo extraordinariamente, y a fines del
siglo III constituía ya una fuerza arrolladora, imposible de dominar. De esta
paz se aprovechó el Romano Pontífice San Cayo para fomentar todas las
instituciones de la Iglesia. Bajo su protección se desarrollaron las dos
escuelas de Oriente, la de Alejandría y la de Antioquía, que por este tiempo
habían llegado a un notable esplendor. Asimismo las Iglesias del Africa, después
de San Cipriano († 258), de las Galias y de España, que presenta figuras de
primer orden y celebra poco después el concilio de Elvira.
En realidad, aunque tenemos pocas noticias concretas, podemos afirmar que
los trece años de pontificado de San Cayo fueron tranquilos y prósperos para la
Iglesia. Una noticia, sin embargo, se nos comunica, que da a entender que, no
obstante esta paz general, debió haber algún chispazo o conato de persecución.
Porque, de hecho, sabemos que Cayo pasó algún tiempo escondido en la catacumba
de San Calixto. Precisamente entonces se encontraba esta catacumba en su mayor
esplendor. Después de los trabajos realizados en ella por el papa San Calixto,
quedó ésta convertida en uno de los lugares más venerados de los cristianos. La
cripta de los papas y la contigua de Santa Cecilia, los cubículos de los
sacramentos y las antiguas criptas de Lucina, Liberio y Eusebio ofrecían a los
cristianos los más vivos y palpitantes recuerdos. Por eso, ante los sepulcros de
los papas y de los mártires, se reunían para celebrar los aniversarios de sus
martirios y tal vez alguna de sus solemnidades litúrgicas.
De este modo, con la lectura de las Actas o Pasiones de los mártires, que
era la manera más corriente de celebrar sus aniversarios, se alentaban sus
espíritus, para las batallas que ellos mismos tenían que sostener. Allí, pues,
en el interior de la catacumba de San Calixto, atestiguan antiguos documentos,
pasó escondido algún tiempo el papa Cayo, sea porque amenazara alguna
persecución, sea porque sintiera especial devoción en permanecer al lado de los
mártires. Esto último pudo tener lugar, o bien al principio de su pontificado,
en que el emperador Caro (282-283) inició una especie de persecución, o bien al
principio del gobierno de Diocleciano, en que se siguió todavía algún tiempo en
este estado de inseguridad.
Sobre esta base también de la persecución, iniciada por Caro en 283 y
continuada algún tiempo con más o menos intensidad durante los años siguientes,
adquieren especial consistencia los testimonios de la tradición, que nos
presentan a San Cayo como el sostén más firme y el alentador de los cristianos,
amenazados constantemente por la espada de la persecución. Según estos mismos
documentos, tuvo que sufrir mucho en su constante trabajo de confirmar a los
fieles en la defensa de su fe. En particular ponderan cómo aconsejó e indujo al
patricio Cromacio para que acogiera a todos los cristianos en su casa de campo
con el fin de protegerlos contra la persecución. Se refiere que un domingo entró
él en la casa de Cromacio y dijo a los fieles allí reunidos: "Dios Nuestro
Señor, conociendo la debilidad humana, ha establecido dos grados entre los que
creen en Él: la confesión y el martirio, para que los que no se crean con
fuerzas para poder sufrir los rigores de los tormentos al menos conserven la
gracia para su confesión. Así, pues —continuó—, los que prefieran permanecer en
la casa de Cromacio queden aquí con Tiburcio, y los que quieran venir conmigo a
la ciudad síganme.
Con esta ocasión, según se refiere, ordenó diáconos a Marco y Marcelino, y
presbítero a su padre Tranquilino; entonces nombró a Sebastián defensor de la
Iglesia y de los fieles y dio pruebas de la mayor ternura hacia todos ellos. El
Liber Pontificalis, por su parte, atribuye a San Cayo el decreto por el que
establecía los diversos grados de la jerarquía anteriores al episcopado, es
decir, de ostiario, lector, acólito, exorcista, subdiácono, diácono y
presbítero, y asimismo la división de Roma en distritos. Sin embargo, no pueden
admitirse estas noticias, pues ya en 250, según atestigua Eusebio en su Historia
Eclesiástica (VI, c. 43), son enumerados todos estos grados de la jerarquía. Tal
vez no hizo él otra cosa que conmemorarlos de nuevo expresamente.
Respecto de su muerte, no se sabe con certeza si fue mártir. Consta con
toda evidencia que, después de su muerte, su memoria fue rodeada de gran
veneración. Pero la primera redacción del Liber Pontificalis le designa
expresamente como confesor. Posteriormente, en una nueva redacción, se añadió la
expresión fue coronado con el martirio; pero esto no está conforme con los
hechos. Además, el nombre del papa San Cayo está en la Deposición de los
obispos, o Catálogo de los obispos, y no en la Deposición de los mártires. Para
explicar estas divergencias el cardenal Orsi escribió: "El título de mártir no
parece que se le pueda aplicar a Cayo, sino a causa de los malos tratos sufridos
por él en los primeros años de Diocleciano, cuando este emperador permitió
continuara en Roma la persecución iniciada por Caro".
De hecho, a partir del siglo IV, todos los calendarios romanos señalan el
22 de abril como el día de su muerte y de su fiesta. Lo mismo repiten los
calendarios medievales y Beda el Venerable.
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BERNARDINO LLORCA, S. I. - mercaba.org
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