Homilía del Papa Francisco en la ceremonia de beatificación de Pablo
VI
VATICANO, 19 Oct. 14 / 05:20 am (ACI/EWTN Noticias).- El Papa Francisco
presidió este domingo la ceremonia de beatificación de Pablo VI y clausura del
Sínodo de la Familia 2014, en la que destacó la labor evangelizadora de su
predecesor y agradeció por el don del Sínodo.
A continuación la homilia completa pronunciada por el Santo Padre:
Acabamos de escuchar una de las frases más famosas de todo el Evangelio:
«Dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios».
Jesús responde con esta frase irónica y genial a la provocación de los
fariseos que, por decirlo de alguna manera, querían hacerle el examen de
religión y ponerlo a prueba. Es una respuesta inmediata que el Señor da a todos
aquellos que tienen problemas de conciencia, sobre todo cuando están en juego su
conveniencia, sus riquezas, su prestigio, su poder y su fama. Y esto ha sucedido
siempre.
Evidentemente, Jesús pone el acento en la segunda parte de la frase: «Y
[dar] a Dios lo que es de Dios». Lo cual quiere decir reconocer y creer
firmemente –frente a cualquier tipo de poder– que sólo Dios es el Señor del
hombre, y no hay ningún otro. Ésta es la novedad perenne que hemos de
redescubrir cada día, superando el temor que a menudo nos atenaza ante las
sorpresas de Dios.
¡Él no tiene miedo de las novedades! Por eso, continuamente nos sorprende,
mostrándonos y llevándonos por caminos imprevistos. Nos renueva, es decir, nos
hace siempre "nuevos". Un cristiano que vive el Evangelio es "la novedad de
Dios" en la Iglesia y en el mundo. Y a Dios le gusta mucho esta "novedad".
«Dar a Dios lo que es de Dios» significa estar dispuesto a hacer su
voluntad y dedicarle nuestra vida y colaborar con su Reino de misericordia, de
amor y de paz.
En eso reside nuestra verdadera fuerza, la levadura que fermenta y la sal
que da sabor a todo esfuerzo humano contra el pesimismo generalizado que nos
ofrece el mundo. En eso reside nuestra esperanza, porque la esperanza en Dios no
es una huida de la realidad, no es una coartada: es ponerse manos a la obra para
devolver a Dios lo que le pertenece. Por eso, el cristiano mira a la realidad
futura, a la realidad de Dios, para vivir plenamente la vida –con los pies bien
puestos en la tierra– y responder, con valentía, a los incesantes retos
nuevos.
Lo hemos visto en estos días durante el Sínodo extraordinario de los
Obispos –"sínodo" quiere decir "caminar juntos"–. Y, de hecho, pastores y laicos
de todas las partes del mundo han traído aquí a Roma la voz de sus Iglesias
particulares para ayudar a las familias de hoy a seguir el camino del Evangelio,
con la mirada fija en Jesús. Ha sido una gran experiencia, en la que hemos
vivido la sinodalidad y la colegialidad, y hemos sentido la fuerza del Espíritu
Santo que guía y renueva sin cesar a la Iglesia, llamada, con premura, a hacerse
cargo de las heridas abiertas y a devolver la esperanza a tantas personas que la
han perdido.
Por el don de este Sínodo y por el espíritu constructivo con que todos han
colaborado, con el Apóstol Pablo, «damos gracias a Dios por todos ustedes y los
tenemos presentes en nuestras oraciones». Y que el Espíritu Santo que, en estos
días intensos, nos ha concedido trabajar generosamente con verdadera libertad y
humilde creatividad, acompañe ahora, en las Iglesias de toda la tierra, el
camino de preparación del Sínodo Ordinario de los Obispos del próximo mes de
octubre de 2015. Hemos sembrado y seguiremos sembrando con paciencia y
perseverancia, con la certeza de que es el Señor quien da el crecimiento.
En este día de la beatificación del Papa Pablo VI, me vienen a la mente las
palabras con que instituyó el Sínodo de los Obispos: «Después de haber observado
atentamente los signos de los tiempos, nos esforzamos por adaptar los métodos de
apostolado a las múltiples necesidades de nuestro tiempo y a las nuevas
condiciones de la sociedad» (Carta ap. Motu proprio Apostolica
sollicitudo).
Contemplando a este gran Papa, a este cristiano comprometido, a este
apóstol incansable, ante Dios hoy no podemos más que decir una palabra tan
sencilla como sincera e importante: Gracias. Gracias a nuestro querido y amado
Papa Pablo VI. Gracias por tu humilde y profético testimonio de amor a Cristo y
a su Iglesia.
El que fuera gran timonel del Concilio, al día siguiente de su clausura,
anotaba en su diario personal: «Quizás el Señor me ha llamado y me ha puesto en
este servicio no tanto porque yo tenga algunas aptitudes, o para que gobierne y
salve la Iglesia de sus dificultades actuales, sino para que sufra algo por la
Iglesia, y quede claro que Él, y no otros, es quien la guía y la salva». En esta
humildad resplandece la grandeza del Beato Pablo VI que, en el momento en que
estaba surgiendo una sociedad secularizada y hostil, supo conducir con sabiduría
y con visión de futuro –y quizás en solitario– el timón de la barca de Pedro sin
perder nunca la alegría y la fe en el Señor.
Pablo VI supo de verdad dar a Dios lo que es de Dios dedicando toda su vida
a la «sagrada, solemne y grave tarea de continuar en el tiempo y extender en la
tierra la misión de Cristo», amando a la Iglesia y guiando a la Iglesia para que
sea «al mismo tiempo madre amorosa de todos los hombres y dispensadora de
salvación».
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Fuente: aciprensa.com
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