noviembre 10, 2013

San León I Magno, Papa y Doctor de la Iglesia

San León I Magno, Papa y Doctor de la Iglesia
Noviembre 10

45 -San León I magno: Tuscany; Septiembre 29, 440-Noviembre 10, 461.
Italiano de Toscana. Elegido el 29.XI.440, murió el 10.IX.461. Fue llamado "El Grande" por la energía usada para mantener la unidad de la Iglesia. Proclamó el 4 y 5 concilio Ecuménico. Definió el misterio de la Encarnación. Solo e indefenso arrestó el "fragelo de Dios" (Atila) camino de Roma.
Martirologio Romano: Memoria de san León I, papa, doctor de la Iglesia, que, nacido en Etruria, primero fue diácono diligente en la Urbe y después, elevado a la cátedra de Pedro, mereció con todo derecho ser llamado “Magno”, tanto por apacentar a su grey con una exquisita y prudente predicación como por mantener la doctrina ortodoxa sobre la encarnación de Dios, valientemente afirmada por los legados delConcilio Ecuménico de Calcedonia, hasta que descansó en el Señor en Roma, donde en este día tuvo lugar su sepultura en San Pedro del Vaticano (461).

El Papa León, que nació en Toscana a fines del siglo IV, es recordado en los textos de historia por el prestigio moral y político que demostró ante la amenaza de los Hunos de Atila (a los que logró detener sobre el puente Mincio) y de los Vándalos de Genserico (cuya ferocidad mitigó en el saqueo de Roma del 455). Elevado al solio pontificio en el 440, en sus 21 años de pontificado (murió el 10 de noviembre del 461) llevó a cabo la unidad de toda la Iglesia alrededor de la sede petrina, impidiendo usurpaciones de jurisdicción, arrancando de raíz los abusos de poder, frenando las ambiciones del patriarcado constantinopolitano y del vicariato de Arles.

Desafortunadamente, no existen muchas noticias biográficas de él. Al Papa León no le gustaba hablar mucho de sí en sus escritos. Tenía una idea elevadísima de su función: sabía que encarnaba la dignidad, el poder y la solicitud de Pedro, jefe de los apóstoles. Pero su posición de autoridad y la fama de rigidez y hieratismo no le impedían comunicar el calor humano y el entusiasmo de un hombre de Dios, que se notan por los 96 Sermones y por las 173 cartas que han llegado hasta nosotros. Sobre todo las homilías nos muestran al Papa, uno de los más grandes de la historia de la Iglesia, paternalmente dedicado al bien espiritual de sus hijos, a los que les habla en lenguaje sencillo, traduciendo su pensamiento en fórmulas sobrias y eficaces para la práctica de la vida cristiana.

Sus cartas, por el estilo culto, demuestran su rica personalidad. De espíritu comprensivo y previsor, se destacó también por su impulso doctrinal, participando activamente en la elaboración dogmática del grave problema teológico tratado en el concilio ecuménico de Calcedonia, pedido por el emperador de Oriente para condenar la herejía del monofisismo.

Su famosa Epistola dogmatica ad Flavianum, leída por los delegados romanos que presidían la asamblea, presentó el sentido y también las fórmulas de la definición conciliar, creando así una efectiva unidad y solidaridad con la sede de Roma. León fue el primer Papa que recibió de la posteridad el epíteto de “magno”, grande, no sólo por las cualidades literarias y la firmeza con la que mantuvo en vida al decadente imperio de Occidente, sino por la solidez doctrinal que demuestra en sus cartas, en sus sermones y en las oraciones litúrgicas de la época en donde se ven evidentes su sobriedad y precisión características.


Murió el año 461.
“San León I, elegido obispo de Roma en el 440 y muerto el 461 fue un papa de momentos de crisis. Tenía un espíritu suficientemente magnánimo como para hacerle frente (misal del Vaticano II 1973, p.1657).

León, probablemente de origen toscano, nació entre el 390 y el 400, pero romano por su educación y mentalidad, se distinguió como archidiácono en tiempos de Celestino I en el desempeño de importantes misiones dentro de la Iglesia. Tal vez fuera el acólito que, en el 418, llevó a Cartago la condena de los pelagianos1 de parte del papa Zósimo. Como archidiácono indujo a Casiano a escribir un tratado doctrinal (sobre la Encarnación) contra los nestorianos2 que está destinado a él (lo llama “gloria de la cátedra de Roma”).

Durante el Concilio de Éfeso (431) es destinatario de una carta de Cirilo de Alejandría que informaba a la Iglesia romana de las ambiciones de Juvenal de Jerusalén. Por consejo suyo, el papa Sixto III descubrió los engaños de Juan de Eclana, abiertamente favorable a los pelagianos.

Cuando estaba en la Galia, en la corte imperial para una delicada operación de reconciliación que evitaría una guerra civil entre Ezio y Albino, fue elegido por el clero y el pueblo romano3 para suceder al papa Sixto III en la cátedra de Pedro. Era el año 440 y por 21 años rigió la Iglesia. La obra de su pontificado puede dividirse en dos períodos, marcados por acontecimientos importantes.

Su secretario, san Próspero de Aquitania, nos narra que durante el primer período convocó a una asamblea en contra de la secta de los maniqueos4, quienes con anterioridad ya habían sido condenados por el papa Inocencio I. Lo mismo hizo con los pelagianos, ya condenados junto con los nestorianos en el Concilio de Éfeso (431). También intervino contra los priscilianistas.5
Rebatiendo el principio priscilianista, decía bellamente en su carta a santo Toribio de Astorga:

“Imaginan la metempricosis para explicar la diversidad de las condiciones humanas, sin pensar que la gracia de Dios nivela todas estas desigualdades porque los que permanecen fieles a través de los trabajos de esta vida no pueden ser desgraciados; y por eso la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo no se preocupa de las desigualdades del mundo, pues ella no busca los bienes temporales.”

Para determinar las condiciones de las ordenaciones de los obispos, intervino también en África, azotada por la invasión de los vándalos arrianos.

El segundo período de su pontificado se caracterizó por la lucha contra el monofisismo de Eutiques, archimandrita en Constantinopla, y quien era el monje más venerado de la ciudad pues llevaba 70 años de vida de asceta. Además, desde el año 441, era una potencia política; su ahijado, el eunuco Crisafio, se había convertido en el omnipotente favorito del débil emperador Teodosio II. También lo apoyaba Dióscoro, el patriarca de Alejandría. Eutiques defendía la herejía llamada monofisismo: “en Cristo sólo hay una naturaleza, pues la divina absorbe la humana”.

Eusebio, obispo de Dorilea (Frigia, Asia Menor) denunció la herejía en un sínodo local (448). Flaviano, aterrado ante la perspectiva de un conflicto con la corte, quiso echar tierra al asunto, pero en vano. El archimandrita, obligado a comparecer ante el sínodo, promovió ruidosa manifestación de monjes, soldados y plebe, pero fue excomulgado y desterrado. Con todo confiado en sus patronos, no aceptó la sentencia y apeló a los concilios de Roma, Alejandría, Jerusalén y Tesalónica.

Al recibir san León la apelación de Eutiques, escribió a Constantinopla pidiendo informes y quejándose del silencio de Flaviano. Cuando aquellos llegaron, confirmó totalmente la sentencia. Al saberse la decisión en la capital, el emperador prohibió que se ejecutara la sentencia contra Eutiques y se empeñó en rehabilitarlo, convocando otro concilio ecuménico en Éfeso, con Dióscoro de Alejandría como presidente.

El emperador pidió al papa León que asistiera al concilio, pero éste se excusó alegando que se temía la invasión de los hunos. Envió a varios representantes.

Entre las cartas del Papa había una excepcional dirigida al obispo Flaviano: “Tomo a Flaviano”. En estilo claro y enérgico san León expone la doctrina católica:

“El que es verdadero Dios, es también verdadero hombre, ni hay en esta unión falsía ninguna cuando se juntan en uno la bajeza del hombre y la alteza de la divinidad, porque como Dios no se muda por la compasión, tampoco desaparece el hombre por la dignidad. Ambas formas (o naturalezas) obran en unión con la otra lo que a cada una le toca; el Verbo have lo que es del Verbo y la carne (humanidad) lo que es de la carne, mientras lo divino resplandece por los milagros, lo humano sucumbe a las injurias, y así como el Verbo no deja de participar de igual gloria que el Padre, así la carne no deja de ser de la misma naturaleza que la nuestra. Él mismísimo es al mismo tiempo verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del Hombre.”

El 8 de agosto se reunían en Éfeso 150 obispos presididos por Dióscoro. Los legados del Papa fueron relegados a segundo término. Dióscoro obligó a los obispos a declarar inocente a Eutiques, a condenar la doctrina de las dos naturalezas y a deponer a Flaviano y a Eusebio de Dorilea. Los legados pontificios protestaron y Dióscoro, con el pretexto de que lo amenazaban, mandó a abrir las puertas y ordenó que entraran los guardias imperiales para restablecer el orden y protegerlo.

Los atropellos cometidos por monjes y soldados exaltados fueron brutales. Flaviano, que se había acogido al altar mayor, fue maltratado de un modo tan salvaje que aunque logró salir con vida e incluso escribir al Papa murió a los tres días camino del destierro.

Dióscoro informó tendenciosamente de la primera sesión, y en la segunda declaró desposeídos a tres obispos calificados de nestorianos. Dióscoro hizo aprobar los anatematismos de san Cirilo de Alejandría y dio por terminado el concilio.

Cuando san León supo lo acontecido escribió inmediatamente al emperador declarando nulo todo lo hecho y excomulgando a Dióscoro. En otra carta lo llamó “latrocinio” (sínodo de ladrones), con el que lo conoce la historia. En cambio el emperador aprobó el concilio, pero al morir, a consecuencia de una caída de caballo, el asunto tomó otro carácter.

La hermana mayor del emperador Pulquería asumió el gobierno, se casó con el anciano y venerado general Marciano, a quien proclama emperador. Los nuevos emperadores apoyaron al Papa haciendo regresar a sus diócesis a los obispos desposeídos por el latrocinio de Éfeso e hicieron llevar a Constantinopla las cenizas de Flaviano para depositarlas en la basílica de los Apóstoles.

En el año 451, el emperador Marciano convocó un concilio ecuménico6 que debió reunirse en Nicea. El papa León lo aceptó poniendo como condición de que en materia de fe el concilio se limitaría a aceptar la doctrina que él exponía en su “Tomo a Flaviano” y de que su legado pontificio presidiera las sesiones conciliares. El emperador prefirió que el concilio se trasladara a Calcedonia para no tener que alejarse de Constantinopla.

Desde Roma, León lo mueve todo, deshace todas las intrigas, soslaya todas las dificultades y subyuga todos los espíritus. Dióscoro y Eutiques marchan al destierro. El concilio definió que Cristo tiene dos naturalezas (conforme al “Tomo leoniano”), no mezcladas (contra Eutiques), no transformadas (contra Dióscoro) y que Cristo es uno sin división ni separación posible (contra Nestorio). Los 500 obispos, poseídos de un entusiasmo muy oriental, gritaron: “Pedro ha hablado por boca de León”. La grandeza del obispo de Roma, su previsión, su habilidad política, su discreción, siempre firme e inexpugnable en materia de fe, campearon de un modo magnífico en esta lucha, que disipó en poco tiempo un error peligroso y sutil. No obstante, en muchas partes persistía la herejía.

San León tuvo que luchar todavía contra los obispos bizantinos, no libres de ambición; contra la violencia de los monjes fanáticos; contra las agitaciones cismáticas de Egipto y Palestina y contra las suspicacias de los soberanos. Toda esta actividad llena de sabiduría, se refleja en la rica colección de sus 173 admirables cartas. En sus sermones brillan su celo pastoral y la elocuencia grave y serena. Aunque de gran cultura era más hombre de acción que de letras. No disimula su desdén por la filosofía de este mundo. También tuvo san León iniciativas litúrgicas con bastantes textos del sacramentario veronense (llamado también “leoniano”).

Un hecho notable de este pontificado fue su encuentro con Atila, rey de los hunos. Estos eran una horda salvaje de origen mongólico, que después de invadir las Galias se abalanzaron sobre Italia y amenazaron a Roma. El papa León le salió al encuentro en Mantua y logró persuadir a Atila para que se retirase sin saquear a Roma. También logró que Genserico, que ya se había apoderado de Roma (455) no matara a nadie ni incendiase la ciudad.

Por todo eso este Papa es sin duda el más importante del siglo v. En efecto, en un momento en que el vetusto imperio romano estaba a punto de desmoronarse y nuevas doctrinas seducían a los espíritus dando vigor a las antiguas herejías, ejerció una acción decisiva en el destino de la Iglesia y del Imperio, plenamente convencido de su papel de sucesor de Pedro.

La oración colecta de san León, inspirándose en Mt 16-18 (Tú eres Pedro) destaca su firmeza: “Oh Dios, tú que no permites que el poder del infierno derrote a tu Iglesia, fundada sobre la firmeza de la roca apostólica, concédele por los ruegos del Papa san León Magno, permanecer siempre firme en la verdad para que goce de una paz duradera”.
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NOTAS:
1. Pelagianos: Herejía de Pelagio, monje de Bretaña (hoy Inglaterra), a fines del siglo iv. Sostenía que el hombre puede si quiere por esfuerzo propio llegar a la impedancia. O sea que la gracia no es necesaria para la salvación.
2. Nestorianos: Herejía de Nestorio, obispo de Constantinopla (siglo v) que sostenía que en Cristo existían dos personas y que María no podía ser llamada Madre de Dios, por ser madre de la persona humana.
3. En aquella época el obispo de Roma era elegido por el clero y el pueblo de dicha ciudad. Sólo desde el siglo xi son los cardenales los electores del obispo de Roma.
4. Maniqueos: Herejía de Mani (o Manes) en el siglo iii. Admite dos principios eternos en pugna entre sí; el bien o la luz y el mal o las tinieblas. Surgió en Irán y se propagó por Oriente y Occidente.
5. Priscilianistas: Herejía de Prisciliano, que profesaba algunos de los errores de los gnósticos y maniqueos. Surgió en España a mediados del siglo iv.
6. Los primeros ocho concilios ecuménicos fueron convocados por los emperadores, casi siempre con el consentimiento del Papa, si éste no lo ratificaba era nulo.
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Tomado de: palabranueva.net

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