45 -San León I magno:
Tuscany; Septiembre 29, 440-Noviembre 10, 461.
Italiano de Toscana. Elegido el 29.XI.440, murió el 10.IX.461. Fue llamado "El Grande" por la energía usada para mantener la unidad de la Iglesia. Proclamó el 4 y 5 concilio Ecuménico. Definió el misterio de la Encarnación. Solo e indefenso arrestó el "fragelo de Dios" (Atila) camino de Roma.
Italiano de Toscana. Elegido el 29.XI.440, murió el 10.IX.461. Fue llamado "El Grande" por la energía usada para mantener la unidad de la Iglesia. Proclamó el 4 y 5 concilio Ecuménico. Definió el misterio de la Encarnación. Solo e indefenso arrestó el "fragelo de Dios" (Atila) camino de Roma.
El Papa León, que nació en Toscana a fines del siglo IV, es recordado en los textos de historia por el prestigio moral y político que demostró ante la amenaza de los Hunos de Atila (a los que logró detener sobre el puente Mincio) y de los Vándalos de Genserico (cuya ferocidad mitigó en el saqueo de Roma del 455). Elevado al solio pontificio en el 440, en sus 21 años de pontificado (murió el 10 de noviembre del 461) llevó a cabo la unidad de toda la Iglesia alrededor de la sede petrina, impidiendo usurpaciones de jurisdicción, arrancando de raíz los abusos de poder, frenando las ambiciones del patriarcado constantinopolitano y del vicariato de Arles.
Desafortunadamente, no existen muchas noticias biográficas de él. Al Papa León no le gustaba hablar mucho de sí en sus escritos. Tenía una idea elevadísima de su función: sabía que encarnaba la dignidad, el poder y la solicitud de Pedro, jefe de los apóstoles. Pero su posición de autoridad y la fama de rigidez y hieratismo no le impedían comunicar el calor humano y el entusiasmo de un hombre de Dios, que se notan por los 96 Sermones y por las 173 cartas que han llegado hasta nosotros. Sobre todo las homilías nos muestran al Papa, uno de los más grandes de la historia de la Iglesia, paternalmente dedicado al bien espiritual de sus hijos, a los que les habla en lenguaje sencillo, traduciendo su pensamiento en fórmulas sobrias y eficaces para la práctica de la vida cristiana.
Sus cartas, por el estilo culto, demuestran su rica personalidad. De espíritu comprensivo y previsor, se destacó también por su impulso doctrinal, participando activamente en la elaboración dogmática del grave problema teológico tratado en el concilio ecuménico de Calcedonia, pedido por el emperador de Oriente para condenar la herejía del monofisismo.
Su famosa Epistola dogmatica ad Flavianum, leída por los delegados romanos que presidían la asamblea, presentó el sentido y también las fórmulas de la definición conciliar, creando así una efectiva unidad y solidaridad con la sede de Roma. León fue el primer Papa que recibió de la posteridad el epíteto de “magno”, grande, no sólo por las cualidades literarias y la firmeza con la que mantuvo en vida al decadente imperio de Occidente, sino por la solidez doctrinal que demuestra en sus cartas, en sus sermones y en las oraciones litúrgicas de la época en donde se ven evidentes su sobriedad y precisión características.
Murió el año 461.
“San León I, elegido obispo de Roma en el 440
y muerto el 461 fue un papa de momentos de crisis. Tenía un espíritu
suficientemente magnánimo como para hacerle frente (misal del Vaticano II 1973,
p.1657).
León, probablemente de origen toscano, nació
entre el 390 y el 400, pero romano por su educación y mentalidad, se distinguió
como archidiácono en tiempos de Celestino I en el desempeño de importantes
misiones dentro de la Iglesia. Tal vez fuera el acólito que, en el 418, llevó a
Cartago la condena de los pelagianos1 de parte del papa Zósimo. Como
archidiácono indujo a Casiano a escribir un tratado doctrinal (sobre la
Encarnación) contra los nestorianos2 que está destinado a él (lo llama “gloria
de la cátedra de Roma”).
Durante el Concilio de Éfeso (431) es destinatario de una carta de Cirilo de Alejandría que informaba a la Iglesia romana de las ambiciones de Juvenal de Jerusalén. Por consejo suyo, el papa Sixto III descubrió los engaños de Juan de Eclana, abiertamente favorable a los pelagianos.
Durante el Concilio de Éfeso (431) es destinatario de una carta de Cirilo de Alejandría que informaba a la Iglesia romana de las ambiciones de Juvenal de Jerusalén. Por consejo suyo, el papa Sixto III descubrió los engaños de Juan de Eclana, abiertamente favorable a los pelagianos.
Cuando estaba en la Galia, en la corte
imperial para una delicada operación de reconciliación que evitaría una guerra
civil entre Ezio y Albino, fue elegido por el clero y el pueblo romano3 para
suceder al papa Sixto III en la cátedra de Pedro. Era el año 440 y por 21 años
rigió la Iglesia. La obra de su pontificado puede dividirse en dos períodos,
marcados por acontecimientos importantes.
Su secretario, san Próspero de Aquitania, nos
narra que durante el primer período convocó a una asamblea en contra de la secta
de los maniqueos4, quienes con anterioridad ya habían sido condenados por el
papa Inocencio I. Lo mismo hizo con los pelagianos, ya condenados junto con los
nestorianos en el Concilio de Éfeso (431). También intervino contra los
priscilianistas.5
Rebatiendo el principio priscilianista, decía bellamente en su carta a santo Toribio de Astorga:
Rebatiendo el principio priscilianista, decía bellamente en su carta a santo Toribio de Astorga:
“Imaginan la metempricosis para explicar la
diversidad de las condiciones humanas, sin pensar que la gracia de Dios nivela
todas estas desigualdades porque los que permanecen fieles a través de los
trabajos de esta vida no pueden ser desgraciados; y por eso la Iglesia, que es
el Cuerpo de Cristo no se preocupa de las desigualdades del mundo, pues ella no
busca los bienes temporales.”
Para determinar las condiciones de las
ordenaciones de los obispos, intervino también en África, azotada por la
invasión de los vándalos arrianos.
El segundo período de su pontificado se caracterizó por la lucha
contra el monofisismo de Eutiques, archimandrita en Constantinopla, y quien era
el monje más venerado de la ciudad pues llevaba 70 años de vida de asceta.
Además, desde el año 441, era una potencia política; su ahijado, el eunuco
Crisafio, se había convertido en el omnipotente favorito del débil emperador
Teodosio II. También lo apoyaba Dióscoro, el patriarca de Alejandría. Eutiques
defendía la herejía llamada monofisismo: “en Cristo sólo hay una naturaleza,
pues la divina absorbe la humana”.
Eusebio, obispo de Dorilea (Frigia, Asia
Menor) denunció la herejía en un sínodo local (448). Flaviano, aterrado ante la
perspectiva de un conflicto con la corte, quiso echar tierra al asunto, pero en
vano. El archimandrita, obligado a comparecer ante el sínodo, promovió ruidosa
manifestación de monjes, soldados y plebe, pero fue excomulgado y desterrado.
Con todo confiado en sus patronos, no aceptó la sentencia y apeló a los
concilios de Roma, Alejandría, Jerusalén y Tesalónica.
Al recibir san León la apelación de Eutiques,
escribió a Constantinopla pidiendo informes y quejándose del silencio de
Flaviano. Cuando aquellos llegaron, confirmó totalmente la sentencia. Al saberse
la decisión en la capital, el emperador prohibió que se ejecutara la sentencia
contra Eutiques y se empeñó en rehabilitarlo, convocando otro concilio ecuménico
en Éfeso, con Dióscoro de Alejandría como presidente.
El emperador pidió al papa León que asistiera
al concilio, pero éste se excusó alegando que se temía la invasión de los hunos.
Envió a varios representantes.
Entre las cartas del Papa había una
excepcional dirigida al obispo Flaviano: “Tomo a Flaviano”. En estilo claro y
enérgico san León expone la doctrina católica:
“El que es verdadero Dios, es también
verdadero hombre, ni hay en esta unión falsía ninguna cuando se juntan en uno la
bajeza del hombre y la alteza de la divinidad, porque como Dios no se muda por
la compasión, tampoco desaparece el hombre por la dignidad. Ambas formas (o
naturalezas) obran en unión con la otra lo que a cada una le toca; el Verbo have
lo que es del Verbo y la carne (humanidad) lo que es de la carne, mientras lo
divino resplandece por los milagros, lo humano sucumbe a las injurias, y así
como el Verbo no deja de participar de igual gloria que el Padre, así la carne
no deja de ser de la misma naturaleza que la nuestra. Él mismísimo es al mismo
tiempo verdadero Hijo de Dios y verdadero Hijo del Hombre.”
El 8 de agosto se reunían en Éfeso 150
obispos presididos por Dióscoro. Los legados del Papa fueron relegados a segundo
término. Dióscoro obligó a los obispos a declarar inocente a Eutiques, a
condenar la doctrina de las dos naturalezas y a deponer a Flaviano y a Eusebio
de Dorilea. Los legados pontificios protestaron y Dióscoro, con el pretexto de
que lo amenazaban, mandó a abrir las puertas y ordenó que entraran los guardias
imperiales para restablecer el orden y protegerlo.
Los atropellos cometidos por monjes y
soldados exaltados fueron brutales. Flaviano, que se había acogido al altar
mayor, fue maltratado de un modo tan salvaje que aunque logró salir con vida e
incluso escribir al Papa murió a los tres días camino del
destierro.
Dióscoro informó tendenciosamente de la
primera sesión, y en la segunda declaró desposeídos a tres obispos calificados
de nestorianos. Dióscoro hizo aprobar los anatematismos de san Cirilo de
Alejandría y dio por terminado el concilio.
Cuando san León supo lo acontecido escribió
inmediatamente al emperador declarando nulo todo lo hecho y excomulgando a
Dióscoro. En otra carta lo llamó “latrocinio” (sínodo de ladrones), con el que
lo conoce la historia. En cambio el emperador aprobó el concilio, pero al morir,
a consecuencia de una caída de caballo, el asunto tomó otro
carácter.
La hermana mayor del emperador Pulquería
asumió el gobierno, se casó con el anciano y venerado general Marciano, a quien
proclama emperador. Los nuevos emperadores apoyaron al Papa haciendo regresar a
sus diócesis a los obispos desposeídos por el latrocinio de Éfeso e hicieron
llevar a Constantinopla las cenizas de Flaviano para depositarlas en la basílica
de los Apóstoles.
En el año 451, el emperador Marciano convocó
un concilio ecuménico6 que debió reunirse en Nicea. El papa León lo aceptó
poniendo como condición de que en materia de fe el concilio se limitaría a
aceptar la doctrina que él exponía en su “Tomo a Flaviano” y de que su legado
pontificio presidiera las sesiones conciliares. El emperador prefirió que el
concilio se trasladara a Calcedonia para no tener que alejarse de
Constantinopla.
Desde Roma, León lo mueve todo, deshace todas
las intrigas, soslaya todas las dificultades y subyuga todos los espíritus.
Dióscoro y Eutiques marchan al destierro. El concilio definió que Cristo tiene
dos naturalezas (conforme al “Tomo leoniano”), no mezcladas (contra Eutiques),
no transformadas (contra Dióscoro) y que Cristo es uno sin división ni
separación posible (contra Nestorio). Los 500 obispos, poseídos de un entusiasmo
muy oriental, gritaron: “Pedro ha hablado por boca de León”. La grandeza del
obispo de Roma, su previsión, su habilidad política, su discreción, siempre
firme e inexpugnable en materia de fe, campearon de un modo magnífico en esta
lucha, que disipó en poco tiempo un error peligroso y sutil. No obstante, en
muchas partes persistía la herejía.
San León tuvo que luchar todavía contra los
obispos bizantinos, no libres de ambición; contra la violencia de los monjes
fanáticos; contra las agitaciones cismáticas de Egipto y Palestina y contra las
suspicacias de los soberanos. Toda esta actividad llena de sabiduría, se refleja
en la rica colección de sus 173 admirables cartas. En sus sermones brillan su
celo pastoral y la elocuencia grave y serena. Aunque de gran cultura era más
hombre de acción que de letras. No disimula su desdén por la filosofía de este
mundo. También tuvo san León iniciativas litúrgicas con bastantes textos del
sacramentario veronense (llamado también “leoniano”).
Un hecho notable de este pontificado fue su
encuentro con Atila, rey de los hunos. Estos eran una horda salvaje de origen
mongólico, que después de invadir las Galias se abalanzaron sobre Italia y
amenazaron a Roma. El papa León le salió al encuentro en Mantua y logró
persuadir a Atila para que se retirase sin saquear a Roma. También logró que
Genserico, que ya se había apoderado de Roma (455) no matara a nadie ni
incendiase la ciudad.
Por todo eso este Papa es sin duda el más
importante del siglo v. En efecto, en un momento en que el vetusto imperio
romano estaba a punto de desmoronarse y nuevas doctrinas seducían a los
espíritus dando vigor a las antiguas herejías, ejerció una acción decisiva en el
destino de la Iglesia y del Imperio, plenamente convencido de su papel de
sucesor de Pedro.
La oración colecta de san León, inspirándose
en Mt 16-18 (Tú eres Pedro) destaca su firmeza: “Oh Dios, tú que no permites que
el poder del infierno derrote a tu Iglesia, fundada sobre la firmeza de la roca
apostólica, concédele por los ruegos del Papa san León Magno, permanecer siempre
firme en la verdad para que goce de una paz duradera”.
=
NOTAS:
1. Pelagianos: Herejía de Pelagio, monje de Bretaña (hoy Inglaterra), a fines del siglo iv. Sostenía que el hombre puede si quiere por esfuerzo propio llegar a la impedancia. O sea que la gracia no es necesaria para la salvación.
2. Nestorianos: Herejía de Nestorio, obispo de Constantinopla (siglo v) que sostenía que en Cristo existían dos personas y que María no podía ser llamada Madre de Dios, por ser madre de la persona humana.
3. En aquella época el obispo de Roma era elegido por el clero y el pueblo de dicha ciudad. Sólo desde el siglo xi son los cardenales los electores del obispo de Roma.
4. Maniqueos: Herejía de Mani (o Manes) en el siglo iii. Admite dos principios eternos en pugna entre sí; el bien o la luz y el mal o las tinieblas. Surgió en Irán y se propagó por Oriente y Occidente.
5. Priscilianistas: Herejía de Prisciliano, que profesaba algunos de los errores de los gnósticos y maniqueos. Surgió en España a mediados del siglo iv.
6. Los primeros ocho concilios ecuménicos fueron convocados por los emperadores, casi siempre con el consentimiento del Papa, si éste no lo ratificaba era nulo.
1. Pelagianos: Herejía de Pelagio, monje de Bretaña (hoy Inglaterra), a fines del siglo iv. Sostenía que el hombre puede si quiere por esfuerzo propio llegar a la impedancia. O sea que la gracia no es necesaria para la salvación.
2. Nestorianos: Herejía de Nestorio, obispo de Constantinopla (siglo v) que sostenía que en Cristo existían dos personas y que María no podía ser llamada Madre de Dios, por ser madre de la persona humana.
3. En aquella época el obispo de Roma era elegido por el clero y el pueblo de dicha ciudad. Sólo desde el siglo xi son los cardenales los electores del obispo de Roma.
4. Maniqueos: Herejía de Mani (o Manes) en el siglo iii. Admite dos principios eternos en pugna entre sí; el bien o la luz y el mal o las tinieblas. Surgió en Irán y se propagó por Oriente y Occidente.
5. Priscilianistas: Herejía de Prisciliano, que profesaba algunos de los errores de los gnósticos y maniqueos. Surgió en España a mediados del siglo iv.
6. Los primeros ocho concilios ecuménicos fueron convocados por los emperadores, casi siempre con el consentimiento del Papa, si éste no lo ratificaba era nulo.
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Tomado de: palabranueva.net
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