San León III, Papa
Junio 12
Junio 12
96 -San León III: Roma; Diciembre 26 (27), 795- Junio 12, 816.
Nació en Roma. Elegido el 17.XII.795, murió el 12.VI.816. Con la coronación de Carlo Magno celebrada en S. Pedro en la noche de Navidad del 800 se reconstituyó el imperio de occidente llamado Sacro Imperio Romano. Fundó la Escuela Palatina de la cual trae origen la Universidad de París.
Legado: fundó la Universidad de París
Martirologio Romano: En Roma, en la basílica de San Pedro, san León III,
papa, quien coronó como emperador romano al rey de los francos, Carlomagno, y se
distinguió por su defensa de la recta fe acerca de la divina dignidad del Hijo
de Dios. 816.
Fecha de nacimiento desconocida; murió en 816. Fue elegido el mismo día que fue enterrado su predecesor (26 de diciembre de 795), y consagrado al día siguiente.
Es bastante probable que esta prisa fuera debida a un deseo de los romanos
de evitar cualquier interferencia por parte de los francos en su libertad de
elección. León era romano, hijo de Aciupio e Isabel. En el momento de su
elección era cardenal de Santa Susana, y aparentemente también “vestiarius”, o
sea jefe del tesoro pontificio (o guardarropa).
Junto con la carta dirigida a Carlomagno en la que le informaba de que
había sido elegido papa por unanimidad, León le envió las llaves de la confesión
de San Pedro y el estandarte de la ciudad. Esto lo hizo para mostrar que
consideraba al rey franco el protector de la Santa Sede. A cambio recibió de
Carlomagno cartas de felicitación y una parte considerable del tesoro que el rey
había tomado a los ávaros. La adquisición de esta riqueza fue una de las causas
que permitieron a León ser un gran benefactor de las iglesias e instituciones de
caridad de Roma.
Empujados por los celos, por la ambición o por sentimientos de odio y
venganza, un cierto número de parientes del Papa Adriano I urdieron un plan para
hacer a León indigno de ejercer su sagrado oficio. Con ocasión de la procesión
de las Grandes Letanías (25 de abril de 799), cuando el papa se dirigía hacia la
Puerta Flaminia, fue repentinamente atacado por un grupo de hombres armados. Fue
arrojado al suelo, donde intentaron arrancarle la lengua y sacarle los ojos.
Después de un tiempo sangrando en la calle, fue trasladado por la noche al
monasterio de San Erasmo, en el Celio.
Allí, de una manera al parecer bastante
milagrosa, recuperó el uso total de los ojos y la lengua. Huyendo del
monasterio, se trasladó, acompañado de muchos romanos, a la corte de Carlomagno.
Fue recibido por el rey franco con todos los honores en Paderborn, a pesar de
que sus enemigos habían llenado los oídos del rey de maliciosas acusaciones
contra él.
Después de unos meses de estancia en Alemania, el monarca franco le envió
con una escolta de vuelta a Roma, donde fue recibido con gran demostración de
júbilo por todo el pueblo, tanto naturales como extranjeros.
Los enemigos del papa fueron juzgados por los enviados de Carlomagno y,
como no fueron capaces de probar la culpa de León ni la inocencia de ellos
mismos, fueron enviados como prisioneros a Francia (Reino de los francos). Al
año siguiente (800) Carlomagno en persona fue a Roma, y el papa y sus acusadores
fueron puestos frente a frente. Los obispos reunidos declararon que no tenía
derecho a juzgar al papa; pero León, por su propia voluntad, con el objetivo,
como dijo, de disipar cualquier sospecha en las mentes de aquellos hombres,
declaró bajo juramento que era totalmente inocente de los cargos que se habían
presentado contra él.
A petición suya, la pena de muerte emitida contra sus principales enemigos
fue conmutada por una sentencia de exilio.
Unos días después, León y Carlomagno volvieron a reunirse. Fue el día de
Navidad en San Pedro. Después de leer el Evangelio, el papa se acercó a
Carlomagno, que estaba de rodillas ante la Confesión de San Pedro, y le colocó
una corona en la cabeza. Inmediatamente la muchedumbre reunida en la basílica
pronunció el siguiente grito: “¡A Carlos, el más pío Augusto, coronado por Dios,
a nuestro grande y pacífico emperador, larga vida y victoria!” Por este acto,
resurgió el Imperio de Occidente y, al menos en teoría, la Iglesia declaró que
el mundo estaba sujeto a un solo poder temporal, como Cristo lo había hecho
sujeto a un solo poder espiritual. Se entendió que la primera obligación del
nuevo emperador era ser el protector de la Iglesia romana y de la Cristiandad
contra los paganos.
Con la vista puesta en la alianza entre Oriente y Occidente bajo el efectivo gobierno de Carlomagno, León se esforzó en promover el proyecto de un matrimonio del emperador con la princesa de Oriente Irene. Sin embargo, el destronamiento de ésta (801) impidió que este excelente plan pudiera ser llevado a cabo. Unos tres años después de la partida de Carlomagno de Roma (801), León volvió a cruzar los Alpes para verle (804). Según algunos, fue a discutir con el emperador la división de sus territorios entre sus hijos.
En cualquier caso, dos años después fue invitado a dar su aprobación a las
previsiones del emperador para la mencionada partición. Actuando igualmente en
armonía con el papa, Carlomagno combatió la herejía del adopcionismo que había
surgido en España, pero fue algo más allá que su guía espiritual cuando deseó
provocar la inserción general del “Filioque” en el Credo de Nicea. No obstante,
los dos actuaron de consuno cuando hicieron a Salzburgo la sede metropolitana de
Baviera y cuando Fortunato de Grado fue compensado por la pérdida de su sede de
Grado con la entrega de la de Pola. La acción conjunta del Papa y el Emperador
se sintió incluso en Inglaterra. Gracias a ella, Eardulfo de Northumbria
recuperó su reino y se resolvió la disputa entre Eambaldo, arzobispo de Cork, y
Ulfredo, arzobispo de Canterbury.
Sin embargo, León tenía muchas relaciones con Inglaterra por su cuenta.
Bajo su mandato, el sínodo de Beccanceld (o Clovesho, 803) condenó el
nombramiento de laicos como superiores de monasterios. De acuerdo con los deseos
de Etelardo, arzobispo de Carterbury, León excomulgó a Eadberto Praen por
usurpar el trono de Kent; además, retiró el palio que había sido concedido a
Litchfield, autorizando la restauración de la jurisdicción eclesiástica de la
Sede de Canterbury “como lo había establecido San Gregorio Apóstol y patrono de
los ingleses”.
León también fue llamado para solventar las diferencias entre el
arzobispo Ulfredo y Cenulfo, rey de Mercia. Muy poco se sabe acerca de las
diferencias entre ellos, pero, quienquiera que fuera el más culpable, lo cierto
es que el arzobispo fue el que más sufrió. Parece que el Rey indujo al Papa a
suspenderle en sus funciones episcopales y a mantener el reino bajo una especie
de interdicto durante seis años. Hasta la hora de su muerte (822), el ansia de
oro provocó que Cenulfo continuara la persecución del arzobispo. Lo mismo hizo
con el monasterio de Abingdon: hasta que no recibió una gran suma de dinero de
su abad, no decretó la inviolabilidad del monasterio, actuando, como declaró, a
petición del señor apostólico y muy glorioso Papa León.
Durante el pontificado de León III, la Iglesia de Constantinopla se
encontraba en una situación de tensión. Los monjes, que prosperaban durante este
periodo bajo la guía de hombres como San Teodoro el Estudita, sospechaban de lo
que ellos concebían como los principios laxos de su patriarca Tarasio, y se
oponían vigorosamente a la malvada conducta de su emperador Constantino VI. Con
el propósito de ser libre para casarse con Teodota, el soberano se había
divorciado de su mujer, María. Aunque Tarasio condenó la conducta de
Constantino, rehusó, emperador, para evitar males mayores, a excomulgarle. Por
haber condenado su nuevo matrimonio, Constantino castigó a los monjes con las
penas de prisión y destierro. Afligidos, los monjes pidieron ayuda a León, como
hicieron cuando fueron maltratados por oponerse a la arbitraria rehabilitación
del sacerdote a quien Tarasio había degradado por casar a Constantino con
Teodota. El Papa replicó, no sólo con palabras de alabanza y ánimo, sino también
con el envío de ricos presentes; y, tras la llegada de Miguel I al trono
bizantino, ratificó el tratado entre Carlomagno y él para asegurar la paz entre
Oriente y Occidente.
El Papa y el Emperador de los francos actuaron conjuntamente, no sólo en la
última operación mencionada, sino en todos los asuntos de importancia. Siguiendo
el consejo de Carlomagno, León, para rechazar las violentas incursiones de los
sarracenos, mantuvo una flota, de suerte que la línea costera era regularmente
patrullada por sus navíos de guerra. No obstante, debido a que no se consideraba
competente para mantener a los piratas musulmanes fuera de Córcega, confío la
protección de la isla al Emperador. Apoyado por Carlomagno, fue capaz de
recuperar una parte del patrimonio de la Iglesia romana en los alrededores de
Gaeta, y pudo administrarlo de nuevo a través de sus párrocos. Pero cuando murió
el gran Emperador (28 de enero de 814), los malos tiempos volvieron a León. Una
nueva conspiración se formó contra él, pero en esta ocasión el Papa fue
informado de ella antes de que llegara a un punto crítico.
Ordenó que los cabecillas de la conspiración fueran detenidos y ejecutados. Apenas se había eliminado esta conspiración cuando un grupo de nobles de la Campania se levantaron en armas y se dedicaron al pillaje por toda la región. Estaban preparándose para marchar sobre la misma Roma cuando fueron derrotados por el duque de Spoleto, a las órdenes del Rey de Italia (Langobardía o Lombardía). Las enormes sumas de dinero que Carlomagno entregó al tesoro papal permitieron a León llegar a ser un eficaz protector de los pobres y mecenas del arte; así, llevó a cabo obras de renovación en las iglesias de Romas e incluso en las de Ravena. Empleó el imperecedero arte del mosaico, no solamente para retratar las relaciones políticas entre Carlomagno y él mismo, sino fundamentalmente para decorar las iglesias, en particular su iglesia titular de Santa Susana. Hasta finales del siglo XVI se podía contemplar una figura de León en un mosaico de esa antigua iglesia.
León III fue enterrado en San Pedro (12 de junio de 816), donde se
encuentran sus reliquias, junto a las de Santos León I, León II y León IV. Fue
canonizado en 1673. Los denarios de plata de León III todavía existentes llevan
el nombre del Emperador además del de León, mostrando así al Emperador como
protector de la Iglesia y señor de la ciudad de Roma.
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Fuente: Enciclopedia Católica | ACI Prensa
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